Así me respondió la prima de Jorginho, la actriz y cantante Graciela Gularte, cuando le pregunté si alguien fue preso por la atroz paliza que él recibió hace once años en W. Lounge, que originó su afasia severa primero y su muerte ahora, a los 56 años.
Recuerdo repercusiones periodísticas de la indagatoria judicial, cuando el hecho aún revestía interés para los medios. Se habló entonces de la misteriosa renuencia de todos los testigos presenciales a declarar ante la justicia. Se habló de un viaje a España de apuro de uno de los patovicas que literalmente destrozó el cráneo de Jorginho en el baño del local. Se conoció la absurda versión de ese "personal de seguridad", que declaró que las lesiones sufridas por el músico habían sido producto de que "se había caído por la escalera". Se supo, finalmente, que la denuncia presentada por su madre, Marta Gularte, terminó con el archivo del expediente, porque para el fiscal "no existían elementos de convicción suficiente para responsabilizar a nadie".
No estoy en condiciones de acusar a nadie, porque no dispongo de pruebas, y en ese sentido solicito a los lectores que no utilicen el foro para hacerlo. Si saben algo, lo mejor que pueden hacer es denunciarlo donde corresponde.
Lo que sí me interesa destacar es que este calvario y esta muerte inútiles son casi un símbolo del lugar que ocupa la cultura en la conciencia de los uruguayos. Si esta tragedia le hubiera pasado a un jugador de fútbol o a un político, la presión popular por mandar presos a los culpables hubiera sido tremenda. Pero como le pasó a un músico, que además era negro, y que tenía cierta fama de mujeriego y peleador, el público y los medios terminaron echando sobre el aberrante delito un manto de silencio prescindente y cómplice.
Me recuerda a la manera como el estado dejó morir en la indigencia y derrotado por la adicción a las drogas al músico popular más importante del siglo XX, Eduardo Mateo.
En la cultura light que se ha apoderado de la adormecida conciencia de los uruguayos, pasamos por alto la tragedia sufrida por Jorginho, un músico inteligente y creativo que transformó al candombe, y aplaudimos a algún estúpido empresario de la noche, retratado en sociales abrazando a minitas y con los ojos inyectados por el whisky y la merca.
Calmamos nuestra conciencia con el mismo "algo habrá hecho" con el que algunos pretendieron justificar la política de exterminio de la dictadura.
Minimizamos la inmensa relevancia de Jorginho Gularte como artista, escudados en pequeñas miserias de su vida íntima, como si una adicción fuera más importante que el legado grandioso de su revalorización estética del candombe. Al respecto recomiendo leer una nota que publicara Daniel Morena en "El País Cultural", quien no duda en comparar el aporte de Jorginho Gularte al candombe con el que hizo Astor Piazzolla al tango:
Lo que en el programa "Víctimas y victimarios" de Canal 10 declara la amiga personal del músico, Laura Peyrou, es sintomático del rol que ocupa el artista en la sociedad uruguaya actual. Cuenta que Jorginho le dijo una vez que "la gente se vincula conmigo porque está bueno ser amigo de Jorginho. Pero cuando las papas queman, son pocos los amigos de verdad". Y así es. Como decía el inolvidable "Corto" Buscaglia, cuando murió Mateo llovieron los homenajes y los elogios a su obra.
Yendo más atrás en el tiempo, Jorge Abbondanza recordó una vez que el pintor Alfredo de Simone murió en el Hospital Maciel, en la miseria más absoluta, en el mismo momento en que el país festejaba la euforia de Maracaná. Y más atrás aún, es tremenda la descripción que hace Diego Fischer, en su libro "Qué tupé", de la muerte de José Enrique Rodó en Italia, hacia 1917: se llegó al extremo de devolver a la familia el escaso dinero de que él disponía, previo descuento de los gastos por la repatriación de sus propios restos.
Son ejemplos que el propio Jorginho convirtió en bellísima materia poética, en su canción "Flecha": "Ese catre miserable/ con mugre de tantos días/ es sostén del hombre solo/ en una pieza vacía./ Sobre un maltrecho cajón de fruta/ vieja foto entumecida/ recuerdo de la abundancia/ de una barra agradecida.../ Lentamente se dibuja la sonrisa boca nicotina/ se entremezclan los ladrillos despintados sobre tu panza vacía/ con la real imagen de la muerte entre dos vigas podridas..."
Mientras un músico y poeta muere sin que se levanten voces para reabrir su infamante expediente judicial, los periodistas corren al aeropuerto a entrevistar a la nueva estrella mediática, un ladrón y asesino que viene a maravillarnos con su "robo del siglo".
Después dicen que la inseguridad se resuelve encarcelando chiquilines. Más bien deberíamos bregar por una justicia que sea pareja para todos, y por una sociedad que vuelva a colocar a la cultura como el valor supremo, muy por encima de las banalidades que nos gusta consumir y nos convierten cada vez en más imbéciles e inmorales.Inicio de la conversación 26 de abril
Álvaro Ahunchain
En la actualidad el discurso de preocupación por los “ni-ni” sitúa a los jóvenes como promesa de un país mejor a la vez que deposita en ellos el origen de los fracasos sociales. El argentino Marcelo Urresti, sociólogo e investigador de las culturas juveniles, analiza cómo se gestó el proceso de criminalización de la juventud a partir de los años 60 y cuán influyentes pueden ser el Estado, la Policía y las instituciones educativas en esta construcción.
-¿Qué son las culturas juveniles?
-Tienen origen en los años 60 en los países centrales, luego se fueron difundiendo por el resto de las grandes ciudades de las zonas periféricas y una década después por el resto de los países periféricos. Son las expresiones culturales de los jóvenes para los jóvenes. Eso fue novedoso en su tiempo porque antes de los 60 no existían las culturas juveniles en el sentido propio del término.
En primer lugar, se centran en expresiones musicales. Entre los jóvenes la música significa muchas más cosas que música, es el vehículo expresivo que refleja la revolución que se está produciendo en los años 60, una revolución cultural en la que los jóvenes irrumpen en la escena pública y a partir de las culturas juveniles pueden construir sus propias identidades. Por eso culturas juveniles es un sinónimo de identidades juveniles.Antes había jóvenes y personas jóvenes por su edad pero no se reconocían a sí mismos a partir de una identidad juvenil. Esa identidad juvenil se la confieren las culturas juveniles; por eso son tan importantes.
-¿Por qué las identidades juveniles se convirtieron en objeto de estudio de la sociología?
-En los años 60 comienzan a estudiarse muy rápidamente, porque esa irrupción de culturas juveniles supone también cierta crisis de las instituciones educativas, especialmente cuando los adolescentes llegan masivamente. Se trata de las famosas generaciones de posguerra a las que en su momento se les llamó baby boom y que tienen que ver con un aumento muy importante de la tasa de natalidad en los países centrales. La sociología es una ciencia desarrollada en las sociedades centrales y luego empieza a expandirse.
En principio tiene que ver con la llegada de esos adolescentes a las instituciones educativas, que no están preparadas para recibirlos porque son chicos que provienen de clases sociales diferentes de las que solían recibir, y ponen en crisis los vínculos tradicionales entre docentes y estudiantes. Esa inquietud, esa molestia, lleva a que sean estudiados. Con el paso del tiempo, cinco o seis años después, ese mismo conjunto muy masivo que hizo explotar a las instituciones educativas de secundaria llega a la universidad y también hace la explotar, así como al mercado de trabajo y a los canales tradicionales de la política. Todo explota en los años 60, y esta expansión hace que comience a tener interés la sociología.
Por otro lado, ese consumo cultural masivo, que tiene que ver primero con la música y después con la moda, la indumentaria y tantas otras ramas del consumo que colocan a los jóvenes como principales motores de esas industrias, hace también que la sociología económica y de las industrias culturales presten una atención integral al fenómeno.
Lo interesante es que la criminalización de los jóvenes comienza en los 60, antes los criminales no son jóvenes. Tradicionalmente, en nuestros países son los inmigrantes, después son los anarquistas, después los comunistas, después los grandes falsificadores y ladrones de guante blanco, y luego las hipótesis típicamente políticas como las que tienen que ver con la Guerra Fría, en la cual aparece un enemigo político por la alineación que tiene nuestra región con Estados Unidos.
De golpe, el enemigo es el enemigo disolvente que tiene que ver con el comunismo, y en la medida en que hay militantes juveniles se los identifica con el comunismo. Comunistas, socialistas o de izquierda había de todas las edades, pero el que se convierte en sospechoso es el joven, porque además es el momento en el que irrumpen los jóvenes. Ese joven criminalizado en los 60 es un joven universitario cuyo delito consiste en tener ideas disolventes, o en todo caso es un hippie que tiene ideas sobre el amor libre o sobre cosas que la moral dominante un poquito reprimía, y se lo persigue por eso.
-¿Qué sucede en los 90 con la oleada neoliberal?
-Irrumpe otro tipo de jóvenes. Nuestras sociedades entran en un ajuste violento, se pierden los canales de inclusión laboral para los jóvenes de sectores populares, comienzan las dificultades para reproducirse materialmente en ese tipo de jóvenes. Aparecen visibles primero como inactivos, inactivos totales o ni-ni con un potencial destructor de las relaciones sociales preexistentes que es muy marcado, y pasan de ser víctimas a ser victimarios. No quiere decir que muchos de esos chicos no cometan delitos: la construcción de un verosímil no se puede hacer si no es sobre la base de algún hecho.
Los hechos están. Lo que se hace es aumentarlos y maximizarlos de tal manera que queda sólo la visión del acto criminal y no de todas las condiciones sociales en las que a algunos grupos no les quedan otras salidas. No sé exactamente cómo es en Uruguay, pero la del inactivo total es siempre una visión que tiende a convertir en un estado lo que es una situación, es decir, tiende a convertir en una esencia la cuestión momentánea.
-¿Cómo han ido construyendo su identidad los llamados jóvenes marginales, que nacieron en plena crisis?
-En el caso de los chicos marginales que estudiamos nosotros, en general viven lejos de todo sistema de protección familiar, son hijos de familias que se desarmaron, chicos jóvenes que viven en comunidad con otros chicos, donde los mayores cuidan a los menores y donde tienen por actividad, además de mendigar, el robo o la rapiña.
Esos chicos se constituyen en varios sistemas de exclusión; la escuela incluye a los buenos alumnos porque los califica positivamente y les devuelve una imagen que les fomenta su autoestima. En el caso de estos chicos son señalados desde muy temprano por la escuela como provenientes de familias disfuncionales. Como no tienen apoyo familiar y cuando tienen problemas educativos no tienen a quién recurrir, deben resolver solos sus problemas si no los ayuda.
Lo más normal es que estos chicos queden solos en la escuela y que vayan siendo etiquetados negativamente. Eso va dejando marcas en los sujetos, y el día que abandonan es porque ya están desalentados de tanto maltrato institucional.
Son el otro, son el diferente, el que no rinde, el inútil, el tonto; a todo el mundo le pasó eso en algún momento de su vida escolar, sólo que cuando uno lo compensa con otras cosas lo supera, pero cuando es lo único que escucha es muy difícil levantarlo. Y cuando a eso se le suma la exclusión laboral, la pobreza o la marginalidad física en las ciudades, vivir en los peores lugares, sin infraestructura, eso va generando múltiples sistemas de exclusión, una acumulación de desventajas.
Entonces después es muy difícil la reinclusión, hay que hacer un trabajo muy profundo que no se reduce a lo social (aspectos económicos, educativos y de vivienda) sino que debe incluir también lo psicológico, porque muchos de esos chicos no tienen absolutamente ninguna autoestima, son los últimos en confiar en ellos mismos, sienten que están por fuera en todo, y el problema es que abrazan una identidad negativa. Como los vienen señalando: “Vos sos una basura, vos sos un inútil y un negro de mierda”, llega un momento en el que dicen: “¿Querés ver lo que hace un negro de mierda con vos? Te pega un tiro en la cabeza y le importa un carajo”. “¿Mi vida no vale nada? Perfecto, la tuya tampoco”. Asume una identidad negativa, quiere dar miedo.
-¿Dónde se coloca a la educación formal en este escenario?
-La educación siempre es el lugar al que van a parar las jóvenes generaciones.
La educación es un ámbito central, por todo lo positivo que produce pero también por todo lo negativo que puede llegar a generar. La fuerte crisis tiene lugar en los 90, y especialmente en 2001, cuando casi todo entró en crisis, pero creo que ese período tan dramático está superado, porque además hay una serie de inversiones en educación que nunca son suficientes pero sí necesarias.
Si bien sigue habiendo un gran conflicto sindical por el tema de los salarios, si se compara la situación actual con la de los 90 se comprueba que hay una reconstitución importante del salario docente. En Argentina se destina 6% del Producto Interno Bruto a la educación, que lógicamente hay que redistribuir de otra forma porque no está dando los frutos que se esperaron, pero estamos lejos de la visión de la carencia absoluta.
-¿No se le pide demasiado a la educación?
-El problema en nuestras sociedades es que la educación está sobrecargada, se le piden demasiadas cosas: que resuelva la difusión de conocimientos en las generaciones menores, que genere la socialización que la familia no genera, que transmita normas y valores que apunten a mejorar la convivencia en el espacio público; una serie de mandatos tradicionales para los que la escuela nunca estuvo preparada ni tiene como función.
Últimamente se le suma que sea capaz de sostener los problemas sociales que no tienen un origen educativo, como los problemas económicos de distribución, vinculados con la pobreza y la marginalidad, en los que se supone que la escuela además tiene que funcionar como una especie de trabajador social colectivo que absorbe a los chicos, les da de comer, les da lo que el sistema económico no les da a sus familias; eso constituye una sobrecarga. Adicionalmente se le pide que sea un lugar de contención para que los chicos no vayan por la vía del delito y del desbarrancamiento que eso supone.
-¿Cuáles son las instituciones sociales clave para la reinserción de los jóvenes excluidos?
-Lo primero que tiene que haber cuando esos chicos no tienen una contención familiar o están lejos de la familia es una fuerte reconstrucción de lazos afectivos. Si no se reconstruye el lazo afectivo, esos chicos están muy solos. Hemos visto casos de chicos que no entienden de dónde vienen sus padres porque no saben dónde están ni dónde nacieron.
Primero hay que reconstruir esos lazos primarios para que después tenga un rol la cuestión de la escuela para los chicos que están en edad y con ganas de concurrir. Y después, ver salidas laborales posibles. Si los lazos primarios están y están bien, hay que reforzar la cuestión educativa, no pensando que la educación es una utopía sino una etapa de formación necesaria en la que si no se cumplen ciertas cuestiones, se acumulan desventajas.
Marcelo Urresti
Nos acompañaron con la música .
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