jueves, 25 de junio de 2009

GARDEL-EL

"La muerte cimenta una leyenda y genera unas adhesiones que en una de esas le podrían haber faltado, pero GARDEL era el número uno de su época y basta recurrir a los diarios y las revistas de aquellos tiempos en los que se lo mencionaba como el máximo intérprete de la música popular." (Alejandro Dolina)

FÁBULA PARA GARDEL (Tango para decir)
Por Horacio Ferrer
Ayer me preguntaste, hijito míopor primera vez, quién es ese Carlitos,ese fantasma tan arisco, empecinadocon seguir guardado en la cueva con asma de su disco.Y entonces te conté cuanto sabía.Más hoy, mirándote, pensándote, besándote,sé un poco más. Y es que el hijo del hijode tu hijo un día, un día de junio soleadofrío y seco que vendrá, lo mismo que vospreguntará por él.Y una caliente zafra de ecos, ecos de la vozde nuestra gente, ecos de tu voz - chiquito -y de la mía, inexorablemente contestará...
GARDEL
Viaje al Corazón del Tango
Ricardo Ostuni, Viaje al corazón del tango
dice Ostuni, "Gardel es el tango mismo. Sin embargo, de modo paradójico, ni Gardel nació al arte con el tango, ni el tango nació con Gardel". La historia artística documentada de Gardel comienza en 1912, año en que firma un contrato con la empresa Columbia para grabar sus primeras canciones criollas, de cuya música es autor: La mañanita, Me dejaste, Pobre flor, La mariposa, El almohadón, Sos mi tirador plateado, Mi china cabrera, A mi madre, El sueño (estilos), Mi madre querida (vidalita), Es en vano, Brisas de la tarde (canciones), Yo sé hacer (cifra) y A Mitre (vals).
En 1915, en el cabaret Royal de Montevideo, Gardel conoció a Pascual Contursi, autor de la letra de los cuatro primeros tangos que grabó: Mi noche triste, Flor de fango, De vuelta al bulín e Ivette. "No es aventurado suponer -dice Ostuni- que Gardel haya estrenado Mi noche triste el 3 de enero de 1917,"
En El Tango en su Epoca de Música Prohibida, se afirma que "Mi noche triste inaugura el tema repelente del canflinflero que llora abandonado por su querida prostituta". Ostuni, por su parte, considera que "a despecho de ese desafortunado juicio, ese tango es una elegía por su tono y por su tema. Contursi fijó el carácter elegíaco de su obra al concebirlo como expresión de una pena de amor"."Nada autoriza a suponer -continúa Ostuni- que el protagonista fuese un proxeneta que lamenta el abandono de su pupila, excepto que se lo intente argumentar a partir del lunfardismo 'percanta', nombre con que los rufianes aludían a su concubina. Pero aunque así lo fuese, el canto sólo refleja la angustia de la soledad y del amor perdido, dramas que el hombre sufre simplemente por su condición de tal".

El tango es tan antiguo como el hombre Nació con el primer dolor del alma."
Gardel a la luz de la historia
Cuentan que la historia de la nacionalidad de Carlos Gardel comenzó el día en que un hombre fundamental dentro de la historia del tango, el músico, compositor y director de orquesta argentino Julio De Caro, le manifestó al periodista uruguayo Erasmo Silva Cabrera (Avlis), cuál era la razón por la que los uruguayos no reivindicamos nunca la nacionalidad del cantante, quien había nacido en Tacuarembó y no en Francia, como se sostenía especialmente en Buenos Aires. Esto sucedió hace más de cuarenta años y, a partir de allí, Avlis comenzó en forma entusiasta, por momentos desordenada y a veces a los ponchazos y ante el escepticismo de muchos, la búsqueda de una documentación y los elementos necesarios que sirvieran para acreditar que Gardel había nacido en nuestro país y que era hijo del jefe político de Tacuarembó, el coronel Víctor Escayola, y de María Lelia Oliva, primero cuñada y después su tercera esposa.
Esto quedó reflejado en el libro El gran desconocido, hecho por Silva Cabrera, y fue el comienzo de una investigación que en forma más rigurosa y ordenada llevaron adelante, posteriormente, el abogado y periodista Eduardo Payssé González, Páginas abiertas; el arquitecto Nelson Bayardo, Vida y milagros de Carlos Gardel y Dos rostros para Gardel; junto con el aporte de la joven María Selva Ortiz, El silencio de Tacuarembó, y de Susana Cabrera, Los secretos del coronel.
El Tango
apunte histórico
En un hecho de origen popular como el tango y, por tanto, de nacimiento evolutivo resulta imposible apuntar una fecha de nacimiento. Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de los estudiosos coinciden en dar por buena la década de 1880 como el punto de partida de lo que entonces no era más que una determinadamanera La sociedad donde nace el tango escuchaba y bailaba habaneras, polkas, mazurcas y algún vals, por lo que respecta a los blancos, mientras que los negros, un 25% de la población de Buenos Aires en el siglo XIX, se movían al ritmo del candombe, una forma de danza en la que la pareja no se enlazaba y bailaba de una manera más marcada por la percusión que por la melodía.
Musicalmente, el tango entronca en su genealogía con la habanera hispano-cubana Inicialmente, el tango es interpretado por modestos grupos que cuentan sólo con violín, flauta y guitarra o incluso, en ausencia de ésta, el acompañamiento de un peine convertido en instrumento de viento con la mediación de un papel de fumar y un avezado soplador que marca el ritmo.
El instrumento mítico, el bandoneón, no llega al tango hasta un par de décadas después de su nacimiento, en 1900 aproximadamente, y poco a poco sustituye a laflauta. Inicialmente, el tango debió ser un modo de interpretar melodías ya existentes, modo sobre el que fueron creándose otras nuevas que en un inicio ni siquiera contaban con una transcripción musical, ya que a menudo sus intérpretes y creadores no sabían escribir o leer música. De hecho, con el correr de los años, algunos de los primeros tangos ya transcritos no van firmados por sus autores sino por avispados personajes que sí sabían escribir música
el origen del nombre. Es una buena pregunta, pero carece de respuesta, o lo que es lo mismo, hay miles.
En España en el siglo XIX se empleaba la palabra tango para un palo flamenco, en la geografía africana hay algunos topónimos con ese nombre, en documentos coloniales españoles se usa el vocablo para referirse al lugar en que los esclavos negros celebraban sus reuniones festivas…
algunos incluso dicen que el origen podría estar en la incapacidad de los africanos para pronunciar bien la palabra "tambor" que quedaría así transformada en "tangó". se comienza a bailar en tugurios y lupanares el nuevo ritmo que se asocia así desde su inicio al ambiente prostibulario, ya que eran sólo prostitutas y "camareras" las únicas mujeres presentes en las academias o perigundines.
Puesto que se trataba de féminas dedicadas en alma y, sobre todo, en cuerpo a sus accidentales acompañantes, el tango se comenzó a bailar de un modo muy "corporal", provocador, cercano, explícito… de un modo socialmente poco aceptable como se vería cuando, siendo ya un fenómeno emergente, el tango comenzó asalir del arrabal de su ciudad de origen y empezó a expandirse.
En los primeros tiempos, cuando el tango comienza a convertirse en canción, las letras que acompañan la música son obscenas y sus títulos dejan lugar a pocas dudas: "Dos sin sacarla", "Qué polvo con tanto viento", "Con qué tropieza que no dentra", "Siete pulgadas"... o incluso "El Choclo" que aunque literalmente significa mazorca de maíz, en sentido figurado y vulgar, equivale al castellano "chocho" o "coño". Los "niños bien" de Buenos Aires no tenían reparos en bajar a los arrabales para divertirse, bailar y, de paso, levantarse alguna mina o alguna "milonguita" que engatusaba o se dejaba engatusar. Y para acercarse a la mujer no conocida, nada mejor que el tango. Por supuesto, el tango no era aceptable en sus casas ni bailable con las señoritas de su ambiente y por esa razón permaneció durante muchos años como algo marginal y de clase baja.
Sin embargo, los viajes de estos patricios a Europa, especialmente a París, fueron el desencadenante. París no sólo era la capital del glamour y de la moda, sino que además era una ciudad que daba cobijo a una sociedad plural, parte de la cual era alegre y desprejuiciada.
En este contexto social no fue difícil que el osado baile creado en la capital del Plata encontrara un terreno abonado para florecer y convertirse en curiosidad al principio, en moda y furor después. Y una vez en París, el escaparate de Europa, la capital de la moda, la cuna del chic, su extensión al resto del continente primero, a todo el mundo después, fue algo sencillo y rápido. Curiosamente, es entonces, cuando Buenos Aires se mira en París, cuando finalmente el tango entra en sus salones más nobles avalado ahora por el bautismo europeo, el mejor de los pedigríes para una burguesía emergente que luchaba por hacer de su ciudad el París de América
La gloria trajo también y simultáneamente el rechazo. La sempiterna dinámica social se puso nuevamente en marcha, lo antiguo frente a lo nuevo, la censura frente a la apertura, la tradición frente a la renovación
Los detractores del tango surgieron por doquier y fueron incluso ilustres y famosos. El Papa Pío X lo proscribió, el Káiser lo prohibió a sus oficiales y la revista española La Ilustración Europea y Americana hablaba del "…indecoroso y por todos conceptos reprobable ‘tango’, grotesco conjunto de ridículas contorsiones y repugnantes actitudes, que mentira parece que puedan ser ejecutadas, ó siquiera presenciadas, por quien estime en algo su personal decencia.". La cita pertenece a esa revista española, pero resultafácil encontrar otras paralelas en publicaciones inglesas, alemanas o, incluso, francesas.
No obstante, para cuando llegó la reacción la suerte estaba ya echada: el tango había triunfado. Hubo vestidos de tango, color tango, tango-thés… el tango fue el baile rey de ese mundo de preguerra que habría de terminar muy pronto con el primer enfrentamiento armado mundial, la ascensión de Estados Unidos como potencia, el cambio de costumbres. Después, el tango siguió viviendo, nació con fuerza el tango canción que le tomó el relevo al tango baile, pero con un éxito geográficamente más restringido, el mundo, en una nueva preguerra descubrió y admiró a Carlos Gardel y al final del conflicto la supremacía de Estados Unidos desembarcó en Europa también con el swing que murió sólo para darle paso al rock.

miércoles, 17 de junio de 2009

BLOOMSDAY



Bloomsday

El Bloomsday es un evento anual que se celebra en honor a Leopold Bloom, personaje principal de la novela Ulises de James Joyce. Se celebra todos los días 16 de junio desde 1954.
El 16 de junio es el día en el que transcurre la acción -ficticia- del Ulises. Este día los celebrantes procuran comer y cenar lo mismo que los protagonistas de la obra, o realizar distintos actos que tengan su paralelismo en la novela. Especialmente se realizan encuentros en Dublín para seguir el itinerario exacto de la acciónPor qué leer el Ulises de Joyce
Muchos fracasan antes del intento. Un mito dentro de la literatura, terminó siendo un libro aterrador, enorme en su tamaño y su ambición. Sin embargo brillante. Libro que, apenas publicado se convirtió en un clásico, y James Joyce, por su parte, elevado a la categoría de genio. Y no deja de ser una paradoja que se demorara 24 años en escribir un día (16 de junio de 1904)
Y es que las dificultades del Ulises son enormes. Aunque sobran manuales, análisis y recomendaciones antes de emprender la lectura, sigue siendo un enorme reto a la inteligencia, pero por sobre todo a la paciencia. Pocos lo terminan, menos son los que creen comprenderlo.
Y es que la historia de Leopold Bloom Ese judio-húngaro que vive en una Irlanda católica, extranjero desde (y para) siempre y que, de alguna forma necesita una reafirmación de su condición y sus raíces, Leopold Bloom, agente de publicidad, casado con una cantante liviana de anca, ambos adúlteros y agobiados por los problemas sexuales (o de una sexualidad inexistente en el matrimonio) producto de los traumas provocados tras la muerte de su hijo, que murió hace 10 años, a los 11 días de vida.
Es la visión de una Ítaca que es un completo desastre, y donde su mujer termina siendo un símbolo de ese “lecho de la concepción y el nacimiento, de la consumación y de la ruptura del matrimonio, del sueño y de la muerte” . Acaso la desmitificación del paradigma de la familia victoriana. O el anuncio de la familia disfuncional de la segunda mitad del siglo XX. Una persona para quien el matrimonio es un ultraje.Leopold Bloom, el anti-héroe que regresa a su propio infierno. En esto, Bloom es un náufrago que zarpó de ningún puerto. Sueña con una Ítaca, pero esa Ítaca es una Irlanda que dejó de existir hace años. Es el naufragio de un yo condicionado a las circunstancias; peor, es una conciencia supeditada a las casualidades. Humor negro, si se quiere.
Joyce afirmó haberla llenado de tal cantidad de puzzles “que va a mantener entretenido a los catedráticos durante siglos”, “es la única forma de asegurarme la inmortalidad”, agregó.
Que tiene un mensaje que transmitir es algo de lo que no puede caber duda. Joyce intenta hablar al mundo sobre la gente con la que se ha cruzado en cuarenta años de existencia consciente; intenta describir su conducta y su forma de hablar, analizar sus motivos y referir el efecto que el «mundo», sórdido, turbulento, caótico, con una amósfera mefítica engendrada por el alcohol y el clericalismo dominantes en su país
Joyce está resuelto a referir todo esto de una manera nueva. No de una forma directa, narrativa, con cierta linealidad de ideas, hechos e incidencias y en frases, expresiones, párrafos comprensibles para una persona de educación y cultura, sino en parodias de la prosa clásica y el argot del momento, en perversiones de la literatura sacra, en una prosa cuidadosamente calibrada, con estudiada incoherencia, en símbolos tan ocultos y místicos que sólo los iniciados y profundamente doctos son capaces de entender; en suma, mediante todos los ardides y espejismos a que un artífice magistral, o incluso un mago, puede someter a la lengua inglesa.
Ulises es la aportación más importante a la literatura de ficción que se ha hecho en el siglo XX. Es probable que hoy día no haya ningún escritor en lengua inglesa capaz de igualar la hazaña de Joyce, y es también probable que pocos, aun cuando fueran capaces, se sintieran tentados a hacerlo. Esta afirmación exige decir a renglón seguido que Joyce ha creído oportuno utilizar palabras y expresiones que el mundo entero, y la gente en general, culta o inculta, civilizada o salvaje, creyente o pagana, ha convenido que no deben usarse, y que son abyectas, vulgares, depravadas y perversas.
La respuesta Joyce a esto es del tenor siguiente: «Soy fruto de esta raza, de este país y de esta vida; me expresaré tal y como soy».
Los hechos más destacados de la vida de joyce son los siguientes: nació en el seno de una numerosa familia católica del sur de Irlanda. Durante los primeros años de su niñez, cuando su padre no había disapado aún su pequeña fortuna, lo mandaron a Clongowes Woods, una prestigiosa escuela jesuita próxima a Dublín, donde estuvo hasta que sus progenitores creyeron que había llegado el momento de que decidiera si tenía o no vocación, es decir, si sentía en su fuero interno, en su alma, el deseo de ingresar en la orden.
Después de varias experiencias religiosas perdió la fe y más el patriotismo, y pasó a ridiculizar a sus antiguos correligionarios, y a sentir desprecio por hacia su patria y hacia las aspiraciones que ésta abrigaba. A pesar de la abyecta pobreza de su familia, prosiguió sus estudios en la Universidad de Dublín. Obtenida la licenciatura, decidió estudiar medicina, y así lo hizo durante dos o tres años, uno de ellos en la Facultad de Medicina de la Universidad de París.
Finalmente, llegó a la conclusión de que la medicina no era su vocación y, aunque disponía de dinero para seguir sus estudios, resolvió dedicarse profesionalmente al canto, ya que estaba dotado de una voz de tenor de una belleza extraordinaria.
estos tres noviciados le proporcionaron todo el material que ha utilizado en los cuatro libros que ha publicado. El matrimonio, la paternidad, la mala salud y otros factores dieron al traste con sus ambiciones musicales, y durante los años que precedieron al estallido de la guerra se ganó la vida enseñando inglés e italiano a los austríacos de Trieste.
De la segunda lengua tenía un dominio que hubiera complacido a un profesor de Padua. La guerra dio con él en el paraíso de los expatriados, Suiza, y durante cuatro años enseñó alemán, italiano, francés e inglés a cualquier ciudadano de Berna con el tiempo, la ambición y el dinero necesarios para adquirir una nueva lengua. Desde el armisticio ha vivido en París, terminando Ulises, su obra magna, sobre la que dice estar convencido de que representa todo cuanto tiene que decir, y que, imprudentemente, intentó hacer llegar al mundo por medio de las columnas de The Little Review. Ahora se ha publicado en una edición «privada, sólo para suscriptores».
De muchacho, el héroe favorito del señor Joyce era Odiseo. Veía con buenos ojos su subterfugio para eludir el servicio militar, pero le envidiaba la compañía de Penélope. Sus latentes deseos de venganza se vieron indirectamente satisfechos cuando leyó cómo el héroe se vengó de Palamedes, mientras que la astucia e inventiva del artífice final del asedio de Troya generaron en él una admiración y un afecto permanentes y sin límites. Sin embargo, lo que sedujo por completo a Joyce, el niño y el adulto, y aplacó su alma emotiva, fueron los diez años de vida de su héroe después de tomar la planta del loto. Con el paso de los años, identificó muchas de sus propias experiencias con quien acabó con Polifemo y era el favorito de Palas Atenea.
De modo que, tras meticulosa preparación y planificación, decidió escribir una nueva Odisea, a cuya fuerza atronadora el mundo entero prestaría atención. En los primeros años de su vida, el señor Joyce se identificó sin duda alguna con Dédalo, el arquitecto, escultor y mago ateniense. Esto, probablemente, tuvo lugar hacia la misma época en que llegó a la convicción de que no era hijo de sus padres, sino una persona distinguida al cuidado de una familia adoptiva, Es la trayectoria de Stephen Dedalus la que el señor Joyce retoma en Ulises. De hecho, el libro es un registro de sus pensamientos, gracias, manías y, sobre todo, de sus acciones y de las de Leopold Bloom, un judío húngaro que ha perdido su nombre y su religión, un sensual Hamlet harapiento que ha tomado por esposa a una tal Marion Tweedy, hija de un suboficial destinado en Gibraltar.
Joyce es el único individuo que se haya encontrado fuera de un manicomioy que haya dejado que de su pluma fluyeran pensamientos aleatorios y deliberados, tal y como le venían a la cabeza. No intenta dotarlos de orden, hilación o interdependencia. Su producción literaria parecería así corroborar algunas de las opiniones de Freud. . Joyce translada el fruto de su mente inconsciente, sin someterlo a su mente consciente; y cuando lo somete es para recibir aliento y aprobación, quizá incluso elogios. Joyce coincide con Freud en que la mente inconsciente representa al verdadero ser humano, al hombre natural, y que la mente consciente representa al hombre artificial, al hombre apegado a los convencionalismos, al interés propio, al esclavo del qué dirán, al adulador de la Iglesia Joyce padeció la profunda desgracia de perder su fe, y como no puede desembarazarse de la obsesión de que los responsables de esto fueron los jesuitas, intenta ajustar cuentas diciendo cosas desagradables sobre ellos y convirtiendo sus enseñanzas en objeto de oprobio y escarnio. Tuvo la desdicha de nacer sin sentido del deber, del servicio, de respeto al Estado, a la comunidad y a la sociedad, y está convencido de que tiene que decirlo La relación primaria entre "Ulysses" y la "Odisea" es aparentemente irónica: la esposa de Bloom, Molly, a diferencia de la Penélope de Ulises, no está fielmente esperando su llegada, manteniendo a sus pretendientes a distancia; Stephen Dedalus, el Telémaco (hijo de Ulises) de la novela, está en búsqueda de un "padre" (habiendo abandonado a su verdadero padre, a su Iglesia y a su estado) y descubre no a un gran héroe sino al cornudo Bloom. Pero detrás de esta ironía puede haber alguna simpatía: quizás Bloom es un héroe después de todo, quizás Stephen lo vea.
Joyce en "Ulysses" crea un cierto número de eventos paralelos a los de la épica homérica. Pensó que cada capítulo pudiera tener un episodio paralelo en la "Odisea", aunque no publicó sus títulos de capítulos homéricos cuando "Ulysses" se imprimió. Parte de la diversión de leer esta novela de Joyce viene de reconocer las alusiones e ironías homéricas de Joyce. Por ejemplo: la "Odisea" utiliza una vara afilada para atacar a Polifemo el gigante de un ojo: Bloom tiene sólo un puro que florece frente a un rabioso nacionaliosta irlandés que lo ataca en un bar.
No es sólo que cada uno de los 18 capítulos de "Ulysses" tiene alguna referencia a un episodio homérico, cada uno tenía anexado en la concepción de Joyce algún particular símbolo, color, arte (como medicina o derecho), hasta un particular órgano del cuerpo. Cada uno (después de la primera media docena) también fue escrito en un reconocible estilo diferente.
Las razones tras las alteraciones de estilo capítulo-a-capítulo pueden ser mejor descritas diciendo que el "Ulysses" de Joyce no es sólo la historia de Dedalus y Bloom, sino que es un espécimen del infinito número de maneras que su historia podría ser contada.es una manera semi-jocosa Joyce pensó de "Ulysses" (como la ha hecho mucha gente de las grandes épicas literarias de Homero y Virgilio) como un libro "sagrado", misteriosamente encarnando sabiduría oculta y hasta profecía.
Por último, una profecía: ni diez personas de cada cien serán capaces de leerse Ulises de principio a fin y d e los los diez que lo consigan, para cinco será una verdadera hazaña. .

http://www.connemara.net/video/index.aspx?videoid=4fEK4juR1wI

miércoles, 10 de junio de 2009

el inmortal


Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon given his sentence, that all novelty is but oblivion Francis Bacon, Essays, lviii
En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Iliada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus había muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habían enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Iliada halló este manuscrito.
El original esta redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.



Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardín de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo había militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandría, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales. Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardín de Tebas. Toda esa noche no dormí, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormían, la luna tenia el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado venia del oriente. A unos pasos de mi, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latín el nombre del río que bañaba los muros de la ciudad. Le respondí que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho.
Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegaría al río cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, rica en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su río. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elísea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.

Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el país de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantas, que tienen las mujeres en común y se nutren de leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del día es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano; en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria.
Que esas regiones barbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines. Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí rectamente, pero un centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Huí del campamento con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró.
Varios días erré sin encontrar agua, o un solo enorme día multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Deje el camino al arbitrio de mi caballo. En el alba, la lejanía se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.II Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sentí en el pecho un doloroso latido, sentí que me abrazaba la sed. Me asomé y grité débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecía (bajo el último sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mío, surcaban la montaña y el valle.
En la arena había pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí reconocerlos: pertenecían a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del Golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran serpientes. La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí la cara ensangrentada en el agua oscura. Bebí como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí unas palabras griegas: Los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo...


No sé cuántos días y noches rodaron sobre mi. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la luna y el sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un día, con el filo de un pedernal rompí mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar —yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma— mi primera detestada ración de carne de serpiente. La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormían tampoco los trogloditas: al principio inferí que me vigilaban; luego, que se habían contagiado de mi inquietud, como podrían contagiarse los perros.
Para alejarme de la bárbara aldea elegí la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres.
Eran (como los otros de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión. Debí rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la había creído cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de formas idólatras en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto que me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos y aguardé (sin dormir) que relumbrara el día.


He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que los muros. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubría la menor irregularidad, los muros invariables no parecían consentir una sola puerta. La fuerza del día hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo había un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Bajé; por un caos de sórdidas galerías llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron.
El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no había en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí; sin ruido se perdían entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo; consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí, en la misma nostalgia, la atroz aldea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos. En el fondo de un corredor, un no previsto muro me cerró el paso, una remota luz cayó sobre mi. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altísimo, vi un circulo de cielo tan azul que pudo parecerme de púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero subí, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui divisando capiteles y astrágalos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad.


Emergí a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increíble, me suspendió lo antiquísimo de su fabrica. Sentí que era anterior a los hombres, anterior a la tierra. Esa notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.)
Este palacio es fabrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación que era casi un remordimiento, con mas horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras; la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, esta subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morían sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiandose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.



No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.III Quienes hayan leído con atención el relato de mis trabajos recordaran que un hombre de la tribu me siguió como un perro podía seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos que eran como las letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan.
Al principio, creí que se trataba de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual excluía o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba y las corregía. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, había estado esperandome. El sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de irracionales. La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea.
Y así le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo. Fracasé y volví a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinación fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecía percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de mí, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del día hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi propósito. Recordé que es fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginación pasé a otras, aún mas extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construía con ellas otros objetos; pensé que acaso no había objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones brevísimas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo; consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.
Las noches del desierto pueden ser frías, pero aquélla había sido un fuego. Soñé que un río de Tesalia (a cuyas aguas yo había restituido un pez de oro) venia a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oía acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron. Corrí desnudo a recibirla. Declinaba la noche: bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecía a los vívidos aguaceros en una especie de éxtasis. Parecían coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gemía; raudales le rodaban por la cara; no sólo de agua, sino (después lo supe) de lagrimas. Argos, le grité, Argos.


Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol. Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabia de la Odisea. La practica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.IV Todo me fue dilucidado, aquel día. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el río que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo renombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos hacía que los Inmortales la habían asolado.
Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último símbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fabrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibían el mundo físico. Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendemos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos.

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarísima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o a castigarlo. Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente; pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabia que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas.
Por sus pasadas o futuras virtudes todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epíteto de las Églogas o por una sentencia de Herálito. El pensamiento mas fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.


El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompían los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la mas honda; no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo era un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer mas complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia.
Esos lapsos eran rarísimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamas he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho. Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo X, a dispersarnos por la faz de la tierra. Cabe en estas palabras: Existe un río cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro río cuyas aguas la borren. El número de ríos no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún día, por haber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese río.


La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los lnmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos.
Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegiaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós.V Recorrí nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco más. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí con pausada caligrafía, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce.
En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchísimo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia. En 1038 estuve en Kolozsvar y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí a los seis volúmenes de la Iliada de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí e1 origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables.
El cuatro de octubre de 1921, el Patna, que me conducía a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo; cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumían a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar la margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre.
De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche, dormí hasta el amanecer. ...He revisado, al cabo de un año, estas paginas. Me consta que se ajustan a la verdad, pero en los primeros capítulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí de los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razón mas íntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico.**

La historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. En el primer capítulo, el jinete quiere saber el nombre del río que baña las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epíteto de Hekatómpylos, dice que el río es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él, sino a Homero, que hace mención expresa, en la Ilíada, de Tebas Hekatómpylos, y en la Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo.
En el capítulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso catalogo de las naves. Después, en el vertiginoso palacio, habla de «una reprobación que era casi un remordimiento»; esas palabras corresponden a Homero, que había proyectado ese horror. Tales anomalías me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la verdad. El último capitulo las incluye; ahí esta escrito que milité en el puente de Stamford, que transcribí, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscribí, en Aberdeen, a la Ilíada inglesa de Pope. Se lee, inter alia: «En Bikanir he profesado la astrología y también en Bohemia».
Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí en la suerte de los hombres. Los que siguen son mas curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice porque sabía que eran patéticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que éste copie, en el siglo trece las aventuras de Simbad, de otro Ulises. y descubra a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma bárbaro, las formas de su Ilíada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catálogo de las naves) de mostrar vocablos espléndidos.
Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto....

martes, 2 de junio de 2009

2 de junio dia de la trabajadora sexual


En los albores de la historia, la prostitución estaba ligada al culto de lo sobrenatural. Por el Código de Hamurabi (siglo XIX a. J.) se sabe que la prostitución, tanto masculina como femenina, era ejercida por jóvenes adolescentes en los templos y en los palacios sin que existiera restricción alguna. He aquí algunos ejemplos de diferentes culturas:
El servicio de los dioses de la fecundidad obligaba a cada mujer de Babilonia a consentir ser poseída una vez en su vida por un extranjero cerca de los bosques sagrados de Istar. Y según Herodoto, reinaban costumbres análogas en ciertas regiones de la isla de Chipre. Entre los hititas, la pederastía era una institución oficial. Y respecto a los egipcios, la prostitución profana era corrientemente ejercida por las bailarinas, los músicos y las sirvientas de los lugares de recreo.
En Palestina, la prostitución se hacía como ritual de culto de Astarté. Y lo mismo ocurría en la Grecia antigua, como culto a la diosa Afrodita. Sirios y fenicios extendieron por todo el Mediterráneo la prostitución sagrada. Y en Lidia, las mujeres se prostituían para el templo y, como en Babilonia, debían entregar a los sacerdotes el dinero ganado en su menester.
En la India, por su parte, la prostitución en el templo quedaba limitada a los actos sexuales entre sacerdotes y bayaderas. Las jóvenes eran aleccionadas por bayaderas veteranas y aprendian danzas voluptuosas que simbolizaban el coito. La ofrenda más apreciada por la diosa Siva era la oblación de la virginidad de la neófita, y las doncellas debían forzar previamente su himen con un falo esculpido que se conservaba en el templo, donde era adorado como perteneciente al dios.
En todas estas culturas, la comercialización sagrada del sexo estaba muy desarrollada y era normal que la prostitución figurara como la profesión que agrupaba a las mujeres más inteligentes, cultivadas, bellas y espirituales.
2 de Junio
Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales
El día 2 de Junio se estableció a partir de que en 1975 alrededor de 150 mujeres Trabajadoras Sexuales ocuparon la Iglesia de St. Nizier en Lyón-Francia, para protestar por la situación de violencia que sufrían. El pueblo protegió y apoyo el reclamo de las T.S., la huelga se empezó a extender por otras ciudades Marsella, Montpellier, Grenoble y Paris.
El reclamo surgió ya que se sucedían los asesinatos de Trabajadoras Sexuales, la policía las reprimía con mas dureza, poniéndoles multas y deteniéndolas con el pretexto que “luchaban contra el rufianismo”, pero se descubrió que altos jefes policiales de Lyón eran parte de esa red de rufianes que decían combatir.
Esta situación creada llevo a los dueños de hoteles a no alquilar mas piezas a las trabajadoras por miedo a que la policía tomase represalias contra ellos, y así el trabajo sexual se convirtió una explotación de poderosos que Vivian del trabajo de las mujeres.Es así que las mujeres deciden ocupar esta iglesia considerando que era un lugar donde se las iba a respetar y hacer llegar su protesta a la sociedad de su padecimiento.
Estaban rompiendo la muralla del silencio!!!!!!
La ocupación llamo la atención de todos los medios de comunicación tanto de Francia como también medios extranjeros.El pueblo y algunos políticos se llegaba hasta la iglesia para hacer llegar su solidaridad y apoyo, era la primera vez que eran consideradas por el conjunto de la sociedad mujeres con derechos y que estaban luchando por su dignidad.
El día 10 de Junio de 1975 a las 5 de la madrugada la policía ingresa a la iglesia y las reprime de forma brutal hiriendo gravemente a muchas de las compañeras.Lamentablemente nadie le dio continuidad denunciando esta aberrante represión, pero con el tiempo muchas trabajadoras sexuales de Europa establecieron el día 2 de Junio en conmemoración a estas compañeras que se cansaron de ser marginadas y discriminadas, prefirieron morir de pie a vivir arrodilladas.
Trabajador sexual"

Un trabajador sexual es una persona que gana dinero mediante actividades de tipo sexual. El término a veces se emplea como un sinónimo de prostitución, pero la mayoría de estudiosos definen "trabajador sexual" incluyendo a individuos que realizan actividades sexuales o relacionadas con la industria del sexo como medio de vida, como por ejemplo bailarines y bailarinas de striptease, teleoperadoras de líneas eróticas, y actores y actrices porno. El sexo como profesión Dependiendo de las leyes existentes en el país, los trabajadores sexuales pueden estar regulados, controlados o prohibidos. En la mayoría de países, incluso entre los que han legalizado la prostitución, los trabajadores sexuales están estigmatizados y marginados, lo que puede dificultarles la búsqueda de apoyo legal en caso de discriminación (p.ej. discriminación racial por parte del dueño de un club de striptease), impago por parte de un cliente, agresión o violación.
El término surge a raíz de la defensa, sobre todo inicialmente por parte de los colectivos implicados, del argumento de que los trabajadores sexuales deben tener los mismos derechos humanos y laborales que cualquier otra clase de trabajador. Por ejemplo, el Gremio Canadiense para el Trabajo Erótico es un grupo de presión que exige la legalización del trabajo sexual, la eliminación de las regulaciones estatales sobre el mismo, a las que consideran más represivas que las impuestas a otros empleados y negocios, el derecho al reconocimiento y la protección bajo las leyes regulares de empleo, el derecho a formar e integrarse en asociaciones y sindicatos profesionales Argumentan también que la legalización del trabajo sexual permitirá llevarlo a cabo en circunstancias mejor organizadas (burdeles legales), en las que las regulaciones exigibles por ley (como el uso obligatorio de condones y las revisiones médicas obligatorias a los trabajadores) ayudarán a reducir la transmisión del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual.
En Holanda, Alemania, Nueva Zelanda y algunos estados de Australia los trabajadores del sexo están reconocidos por sus gobiernos. Allí, el término "trabajador sexual" es usado frecuentemente por aquellos que apoyan los derechos legales y económicos de dichos trabajadores. El crecimiento del turismo sexual ha llevado a un gran incremento de la industria del sexo. El turismo sexual ilegal con menores (tanto niños como niñas) se ha convertido en un problema notorio en Costa Rica y Tailandia. En otras partes, las industrias de sexo legal (es decir, con mayores de edad y consensuado) suponen una aportación importante a la economía local de algunos centros urbanos. Las industrias del sexo (y por tanto sus trabajadores) tienden a florecer junto a las bases militares. Existen páginas de información disponibles para aquellos que están pensando en entrar en la industria del sexo y buscan información sobre su modo de funcionamiento. Dichas páginas dan información sobre cualquier cosa, desde como iniciarse hasta consejos sobre seguridad e higiene.
Himno De Prostitutas
Y en las calle y en los bares donde suene esta canción,
los ladrones y los golfos recibid la bendición,
sabéis bastante sobre el peso de la ley,
contadnos las trampas para poder tratar con él.
Tenemos nuestro fioloque nos cobran comisión
, promocionan nuestra imagen para poder vender mejor,
si estás ahí pide una copa por mí
. Te ha de matar el mismo tiro que a mí.
Reconozco que en el fondo no es que me pueda quejar
, se trabaja en la cama y se puede engordar,
es mi valor "entrada y consumición"
somos nosotros las putas de esta canción.

(loquillo y los trogloditas)


http://www.youtube.com/watch?v=c6q36zK9K8A