Reclamos en las redes sociales por el 24 de agosto: “la Noche de la
Nostalgia ya no es lo que era”
Tarde o temprano
tenía que ocurrir. Distintos usuarios de las redes sociales, están haciendo
saber su descontento por la transformación (a su entender, negativa) que está
sufriendo la fiesta del 24 de agosto, conocida oficialmente como “La Noche de
la Nostalgia”. Creada hace treinta y cinco años por Pablo Lecueder, esta
celebración reúne (en la noche previa al feriado del 25 de agosto) a personas
que quieren revivir la ambientación, la música y hasta la forma de vestir de
épocas pasadas. La expansión de los lugares con festejos similares, la
inevitable incorporación de épocas que
al principio no formaban parte de la 'nostalgia', entre otros factores, están
provocando la disconformidad de muchos uruguayos. “Esto de va de mal en peor.
La Noche de la Nostalgia ya no es lo que era”.
Washington Federico
Silva, es docente y tiene 58 años. Por la cantidad de comentarios vertidos en
Facebook y Twitter, sin duda se ha transformado en el líder virtual de esta
campaña de rechazo a los cambios
producidos en La Noche de la Nostalgia, con el paso del tiempo. Fuimos a
buscarlo. Lo encontramos.
“Esto de va de mal en
peor. La Noche de la Nostalgia ya no es lo que era”, comenzó diciendo a nuestro
portal el profesor, “vos fijate, allá por los 80's, ¡qué música preciosa se
escuchaba en la fiesta de Zum Zum y de poquitos lugares más! Ahora, comparala
con la porquería de música que pasan ahora en las cinco mil fiestas que hay
hoy...”, afirmó un visiblemente molesto Silva.
Buscado la
explicación del cambio, nuestro entrevistado dio varios motivos que, a su
entender, estarían conspirando contra la calidad de la fiesta: “esto no es de
hace poco. Hace varios años que la cosa está empeorando. ¡Y cada año es peor
que el anterior! Ponen unas porquerías de canciones modernas, de 1990 y ¡hasta
después! ¿Cómo se puede sentir nostalgia de cosas de jóvenes? Es
contradictorio... Y no te digo nada, cuando en el 2009 se decretó que era
fiesta nacional. Fue la locura. Hasta se ven chiquilines, saliendo, vestidos de
Travolta o con pelucas de 'african look'. Transformaron nuestra fiesta en
Halloween...”, respondió, notoriamente abatido.
Consultado sobre alguna posible
solución, el profesor Silva fue enfático: “¡claro que la hay! Alcanza con
trasladar la Noche de la Nostalgia para otro día (o prohibirla, me da igual), y
transformar la noche del 24 de agosto en la Noche de la Nostalgia de la Noche
de la Nostalgia. De esta manera ponemos cada cosa en su lugar, y todos
contentos. Sólo es necesaria la voluntad política para resolver esto... Pero
claro, tenemos que lograr que los políticos se distraigan un poquito de la
competencia electoral, y eso es difícil (sonríe irónicamente)”. Quisimos
repreguntar sobre el carácter finito de su propuesta, y que en veinte años (a
más tardar) tendríamos de nuevo el problema. Pero eso fue imposible: Washington
Federico Silva ya se había retirando, tirando pasitos al estilo Footloose.
LANZAN MANUAL PARA SABER CÓMO
COMPORTARSE ANTE LA REQUISITORIA DE DOCUMENTOS O DETENCIÓN POLICIAL
¿Dónde trabaja, dónde vive, usted quién es?
Un manual “para tenerla clara”
informa a los jóvenes por qué y de qué manera la Policía puede solicitarles
documentación y conducirlos a dependencias policiales. El trabajo, realizado a
instancias del INJU, MIDES y el Ministerio del Interior, está basado en la Ley
de Procedimiento Policial. Manual
Se divulgó este martes un manual
que compendia información de la Ley de Procedimiento Policial, destinado al
público juvenil, y que informa sobre las conductas a tener con motivo de una
detención o solicitud de documentación.
El trabajo fue
realizado a instancias del INJU, MIDES y el Ministerio del Interior, y contiene
recomendaciones e información sobre la normativa vigente.
El manual
recuerda que "la Policía puede solicitar información a toda persona que
razonablemente pueda coincidir con aquella que está buscando en el marco de un
procedimiento. Si te negás a identificarte, te llevarán a la dependencia
policial más cercana y se informará de inmediato al juez competente", e
informa que, aunque se muestre la documentación requerida, "pero la
Policía tiene dudas fundadas sobre los documentos o testimonios, te podrán
llevar a la dependencia policial correspondiente para confirmar tu identidad
frente al Juez".
En cuanto a la
documentación, señala que se puede exhibir "cédula, credencial, libreta de
conducir o todo documento idóneo de identidad", y que el ciudadano puede
exigir al funcionario policial que se identifique con su "nombre,
apellido, grado y número de funcionario, exhibiendo su identificación
policial"
Además, señala que "salvo el
caso de delito in-fraganti (...) la Policía debe contar con la correspondiente
orden del juez competente para poder trasladarte a una dependencia
policial", y que "a incomunicación "con familia, abogados, allegados
y testigos solamente se utilizará como medida de urgencia para evitar que se
afecte la indagatoria o se incida en los elementos probatorios", entre
otros puntos.
Según
declaraciones de Ricardo Pérez Manrique, ministro de la Suprema Corte de
Justicia, los procesamientos por “omisión a los deberes inherentes a la Patria
Potestad” fueron escasos desde la creación de la Ley de Seguridad Pública, en
1972, poco antes del comienzo de la dictadura. Sin embargo, en las últimas
semanas cuatro madres fueron a la cárcel bajo esa imputación, luego de que sus
hijos menores de edad cometieran delitos violentos. La medida fue saludada por
muchas personas, sin duda convencidas de que el descontrol y la violencia en la
que estamos inmersos reclaman medidas urgentes y firmes que sean, por sí solas,
un mensaje del Estado hacia todos los sinvergüenzas que no respetan la vida, ni
la propiedad, ni el trabajo ajeno.
La pretensión sería conmovedora, por lo
ingenua, si no fuera aterradora por lo peligrosa. En primer lugar, cuesta
imaginar que un juez penal crea, honestamente, que un castigo ejemplarizante
como ése pueda llegar a modificar en algo las circunstancias que atraviesan los
menores que cometen delitos, o sus madres. Es poco probable que crea que estas
madres van a ocuparse más responsablemente de sus retoños; que van a
enseñarles, con la palabra y el ejemplo, el camino del bien, por temor a ir
presas. Lo que sí parece probable es que los jueces hayan echado mano a ese
recurso legal para mandar un mensaje dirigido no a las madres de delincuentes
en acto o en potencia, sino al resto de la sociedad.
Un mensaje explícito
(alguien pagará por esto) cuyo mensaje implícito es que la primera y última
tarea de una madre es ocuparse de sus hijos y no perderlos de vista. Y si la
madre no tiene autoridad, o no quiere ejercerla, o no sabe cómo hacerlo, el
Estado la ejercerá sobre ella, para que aprenda en carne propia lo que no supo
enseñar a sus hijos. Con una claridad que sorprende que no tenga todo el
sistema judicial, Pérez Manrique señalaba (en entrevista con Emiliano Cotelo,
en El Espectador) algo que también habían observado las autoridades del Inau:
que las madres de menores infractores suelen tener muchos hijos a su cargo, y
que mandarlas a la cárcel no sólo no resuelve el problema que ya existe con el
hijo infractor sino que además agrava la situación de los demás hijos, que
quedan desamparados.
Tan obvio es
ese razonamiento, tan elemental y transparente que sólo es posible pensar que
el gesto autoritario de la Justicia está dirigido a la tribuna. Y la tribuna
está constituida por una masa hambrienta menos de justicia que de satisfacción,
en el sentido que la palabra tiene en un contexto beligerante (compensación,
venganza, restitución). Y uno no sabe si debe preocuparse más por la reverencia
que las instituciones (el Poder Judicial, la Policía) hacen a esa turba
exacerbada que pide mano dura o por el avance de las creencias de esa turba en
todo el espectro social
La lamentable muerte de un policía en el enfrentamiento a balazos en
Pocitos hace un par de semanas despertó manifestaciones de dolor y solidaridad
de montones de personas que no se detienen un segundo a lamentarse cuando un
albañil muere al caer de un andamio, o cuando una travesti es asesinada en
plena calle, o cuando una mujer muere en su propia casa, a manos de su
compañero. El horror a la violencia no es tal: lo que hay es el horror a un
tipo específico de violencia, cometido contra la propiedad. Horror a ese
malviviente que nos querrá quitar lo que es nuestro. Horror al que se lleva una
vida por unos pesos. Horror porque esos pesos serán gastados en droga, o en
ropa deportiva de marca, o en celulares. Horro a esa ajenidad, a esa
extranjería radical, pero sobre todo horror a lo que hay de parecido a nosotros
en ese otro. Siniestro, diría Freud. Los
delincuentes no sólo son violentos, sino que quieren tener lo mismo que tenemos
todos. No quieren, sin embargo, tenerlo como se debe, trabajando y
esforzándose. Así que se aprovechan del esfuerzo de los honestos, los despojan
de todo y hasta les quitan la vida, llegado el caso.
Rafael
Bayce usa una expresión que le envidio: “conductas criminógenas”. Y dice que la
preocupación por atender a las conductas criminales hace que pasemos por alto
las conductas criminógenas: la explotación, el despojamiento, el estímulo al
consumo, la cosificación, entre otras. Hay una responsabilidad que se soslaya
cada vez que olvidamos las conductas criminógenas. Por eso, ante la embestida
justiciera que reclama que las madres paguen por los crímenes de sus hijos (la
misma embestida que celebró el cese del pago de la asignación familiar por los
menores incumplidores) se vuelve imprescindible exigir que se suba todavía otro
escalón en la cuesta de las culpas y las responsabilidades. Que se vaya un paso
más allá, o dos, o los que sea necesario, para tener una hipótesis que
establezca en dónde empezó el abandono social de las obligaciones, ya no en
relación a esos menores, sino en relación a sus madres, a sus abuelas, y
seguramente, si no cambiamos el enfoque, en relación a sus hijos. Porque esos
menores, si no los tienen ya, muy pronto van a tener hijos. Y ya no están
alcanzando las cárceles.
Nos acompañaron con la música :
Oscar Aleman
y
Robert Plant
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