jueves, 26 de septiembre de 2013

Los Periféricos miércoles 25 de setiembre


                              Mujica estuvo en Nueva York con el empresario George Soros, un peso pesado de la economía mundial.
                         uno de los personajes más controvertidos de las finanzas globales. Es conocido, entre otras cosas, por ser accionista de la semillera estadounidense Monsanto y por financiar organizaciones que promueven la legalización de la marihuana. El especulador financiero se guía por los conceptos de “sociedades abiertas” y “falacias fértiles”, a las que define como “construcciones defectuosas con efectos inicialmente beneficiosos”. También critica las contradicciones de un sistema capitalista global, siendo a la vez uno de sus principales beneficiarios.
Soros tiene 83 años, una larga carrera y una aun más larga fortuna. Nació en Budapest (Hungría) como György Schwartz, en el seno de una familia de judíos de la alta burguesía que cambió su apellido debido al antisemitismo.
                               Con 39 años, en 1969, creó uno de los primeros fondos de cobertura, cuyo rendimiento es desde esa fecha de 20% anual en promedio. Esta decisión, junto con la de apostar en contra de la libra esterlina en 1992, llevaron a que su fortuna neta se valore en 22.000 millones de dólares (casi la mitad del Producto Interno Bruto [PIB] de Uruguay en 2012), de acuerdo a la revista Forbes de setiembre de 2011.

                                 El 16 de setiembre de 1992 (fecha luego apodada como el “miércoles negro”) Soros encontró una oportunidad y vendió de golpe 10.000 millones de libras esterlinas. Esta operación condujo al gobierno británico a devaluar y retirar esa moneda del Mecanismo Europeo de Cambio ya que no pudo mantenerla por encima del límite inferior acordado. El costo para la sociedad inglesa se estimó en 3.300 millones de dólares, pero para Soros significó una ganancia de más de 1.000 millones por la venta de libras esterlinas a corto plazo.
                                   En esta línea, la estrategia de Soros se centra en el concepto de “reflexividad” y una filosofía de inversión según la cual, lejos de ser eficientes, los mercados muchas veces se equivocan. El especulador financiero, cuya premisa es “encuentra una tendencia cuya premisa sea falsa, y apuesta tu dinero contra ella”, sostiene que se debe sacar provecho de esas situaciones eliminando el ruido o las distorsiones,comprando o vendiendo según la ocasión.

 Por otro lado, y como buen seguidor de Popper, Soros apuesta a una “sociedad abierta”, término que introdujo el filósofo Henri Bergson y que Popper retomó para describir el sistema político en el cual los líderes políticos o el gobierno son reemplazados sin necesidad de violencia o derramamiento de sangre y en el que los individuos tienen la necesidad de tomar decisiones personales
                                     En base a estos principios el empresario fundó en 1973 la Soros Fund Management, que administra seis fondos de cobertura con un total de inversiones de más de 70.000 millones de dólares, y 20 años después la Open Society Fundations, que dona cifras millonarias a campañas de promoción de los valores de las “sociedades abiertas”. También es miembro del consejo directivo del Council on Foreign Relations, una organización estadounidense fundada en 1921 y dedicada a la política exterior.

                                      El coordinador de Regulación Responsable, Sebastián Valdomir, explicó a Montevideo Portal que desde la organización “no le hacen los mandados a Monsanto”. Por otra parte agregó que “el poder de este tipo de empresas es objetivo” y que “ningún Estado está vacunado contra el poder de las transnacionales”.
Los argumentos manejados por Soros a favor de la despenalización de la marihuana están en línea con los valores de las “sociedades abiertas”: hacer del consumo de drogas un tema privado para desentender a los Estados del cuidado que debe procurar a los adictos. ”.

                           El conocido financista le dijo a Mujica que ha estado siguiendo con atención todo el proceso que llevó adelante Uruguay para legalizar la marihuana. Además se puso “a disposición” para colaborar mediante la discusión publicitaria y con programas educativos en el combate al narcotráfico. El presidente le manifestó su idea de que con la legalización de la marihuana Uruguay será una especie de laboratorio, y Soros coincidió con el planteo. Dijo que el ejemplo uruguayo junto con el de algunos estados de Estados Unidos como Colorado y Washington, son objeto de mucha atención para el mundo.“Somos conscientes de que Uruguay va a ser un laboratorio y si la experiencia resulta exitosa puede servir al mundo. Todo el mundo los va a estar mirando”, manifestó Soros al presidente según transmitieron desde Presidencia. Foto: AFP

                                                                                Todo preso es político
                                               En esta oportunidad nuestro presidente dijo, una vez más, que los uruguayos somos cada vez menos solidarios, que ya nadie ayuda al vecino a levantar el techo de su casa, que el consumismo es un monstruo grande y pisa fuerte y nos quita el tiempo para hacer lo que nos gusta, que hay “círculos de clase media intelectual” que se llenan la boca hablando de compañerismo y no son capaces de donar quinientos pesos o de dedicar un par de horas a preparar un balde de mezcla (palabras más, palabras menos).
                                         Evidentemente, cada una de esas afirmaciones es arbitraria e incluso mentirosa. Los uruguayos suelen responder a los llamados de solidaridad cuando las papas queman, lo más probable es que la mayoría ayude al vecino si se le cae el techo (aunque sería bueno admitir que pocos levantan el techo de su propia casa en las ciudades, en donde más bien uno vive donde puede y no donde quiere, y donde se suelen ocupar viviendas que ya vienen con el techo puesto), el consumismo es la gallina de los huevos de oro que el propio gobierno estimula descaradamente (basta ver las campañas de Antel dirigidas a los niños) y la famosa “clase media intelectual” está constituida, en el planeta Mujica, por los trabajadores sindicalizados, esos haraganes demandantes de verba florida.
    La primera pregunta que uno se hace al escucharlo es ¿de qué habla? (no porque no sea claro, sino porque se repite, porque disparatea sin sonrojarse, porque machaca con sus estribillos aunque no tenga razón ni argumentos serios), pero más bien cabría preguntarse para quién y para qué habla. Algunos sostienen, y no les falta razón, que la estrategia de incontinencia verbal de Mujica le ha deparado más beneficios que problemas. Que su popularidad es altísima, que nunca un presidente uruguayo fue tan reconocido en el exterior y que ha logrado instalar como temas de agenda las cosas más descabelladas mediante el recurso de hablar de ellas o anunciarlas como proyecto. Es verdad, pero es la misma verdad de la Coca-Cola: sí, es la bebida más popular, es conocida en todo el mundo, seguramente reporta ganancias exorbitantes a sus accionistas, pero no deja de ser una gaseosa azucarada sin valor nutricional.
                    

                    Sin embargo, el recurso verborrágico, avasallante y cantinflesco que cultiva Mujica no deja de ser metáfora o signo de cierto despliegue enfático de los gobiernos frenteamplistas. Un despliegue que, lamentablemente, no consigue socavar la dura roca en la que está apoyado el verdadero poder en nuestro país, y probablemente en el mundo. En estos días se dieron a conocer cifras impactantes sobre los avances que Uruguay ha hecho en materia de derechos humanos. Desde el punto de vista institucional, nunca fuimos tan pródigos. En estos últimos años se crearon el Departamento 20, el Ministerio de Desarrollo Social, la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia, la Institución Nacional de Derechos Humanos, se instalaron oficinas de Derechos Humanos en varios ministerios, se le dio amplio respaldo al comisionado parlamentario para las cárceles, se puso una unidad auxiliar en delitos de lesa humanidad en el Ministerio del Interior, se firmaron tratados, se aprobaron leyes y se promovieron acciones afirmativas.
                                          El asunto de los derechos humanos es un tema, qué duda cabe, de la agenda pública. Pero ya se sabe que entre la ley y la vida suele haber desfasajes. En estos mismos años murieron doce presos quemados en Rocha (sesenta personas, incluyéndolos, murieron como consecuencia de su situación de encarcelamiento desde 2009 hasta la fecha, según Álvaro Garcé), se suceden las denuncias por abusos policiales, se instalan las prácticas represivas contra la población civil y se mantiene una actitud tolerante con un sistema de Justicia que muestra, en sus escalones más altos, niveles de arbitrariedad y complicidad con los violadores de derechos humanos francamente escandalosos.
                                                              El martes se supo que el  fiscal Gustavo Zubía, el Harvey Dent uruguayo, solicitó el procesamiento de varios dirigentes políticos por los hechos ocurridos en la sede de la Suprema Corte de Justicia el día de la manifestación en solidaridad con la jueza Mariana Mota. Pocos días atrás, el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, se excusó en las diferencias entre Uruguay de 1968 y el de hoy para explicar que las formas de lucha que se justificaban entonces no tienen justificación actualmente. Y de ese razonamiento se desprende que la represión contra las formas de lucha injustificables es legítima, porque se da en el marco de la defensa de un buen gobierno al que sólo los que tienen mala voluntad pueden querer ensuciar.

                                                 En medio de estas contradicciones, entonces, es todavía más necesario preguntarse para quién habla Mujica. ¿Se puede hablar en olor de santidad en medio del chiquero? Sí, evidentemente. Las verdades sociales se van construyendo en el discurso, y en buena medida terminan por imponerse si no hay verdades contrahegemónicas que les opongan resistencia. Pero así y todo da la impresión de que el presidente habla menos para los que lo escuchan hoy y acá (aunque tampoco es para despreciar a esa enorme masa de seguidores ávidos de una palabra iluminada y sincera) que para los que puedan escucharlo en el futuro (y en el exterior, porque el prestigio internacional siempre garpa). Como hicieron todos los próceres a lo largo del proceso de construcción de las naciones americanas, Mujica habla para la Historia.
                                        Algún día sus palabras serán estampadas en pósters y camisetas, se grabarán en mármol como las frases de Artigas y serán recitadas por los niños en las escuelas (y, con un poco de suerte, alguna aspirante a reina de belleza podrá citar a un presidente uruguayo cuando le pregunten a quién admira). Y pocos recordarán que al mismo tiempo que sonaban esas palabras había dirigentes políticos enjuiciados, presos comunes calcinados en sus celdas, trabajadores tratados como adversarios y grandes explotadores reconocidos como filántropos.
                                                                                                                 SOLEDAD PLATERO
La promiscuidad femenina podría asegurar hijos más sanos
Según un reciente estudio, dejar que la naturaleza femenina escoja entre varias espermas para ser fecundada, mejoraría genéticamente a la descendencia. Sin embargo, y aunque aún esto no está probado en humanos, socialmente se sigue condenando la permisividad sexual en mujeres.
                       ¿Qué pasaría si expertos aseguraran que la promiscuidad femenina asegura que la especie sea más saludable? Fue después de estudiar el comportamiento al reproducirse de pollos salvajes, que, se cree, son ancestros de los domésticos que se conocen habitualmente, que investigadores de varias universidades llegaron a la conclusión que mientras más las hembras se apareaban con machos, mejoraba la calidad de su descendencia.
                          El estudio, publicado el 3 de septiembre pasado en el periódico Proceedings of the Royal Society B, llamó la atención luego de que el profesor de la Universidad de Anglia del Este, David S. Richardson, comentó que estos hallazgos podían eventualmente aplicarse a otros animales, incluso a humanos.
Asimismo, explicó que aunque la mirada hacia una sexualidad más libre se ha hecho más común a lo largo de los años, aún parece no aceptarse del todo socialmente. “Cosas como el sexo casual, sexo en grupo, y con múltiples parejas siguen estando estigmatizadas por la mayoría”, señaló.
  “Nuestra investigación ha demostrado que las hembras no necesitan escoger entre hombres para tener crías más saludables. Más bien, al aparearse con varios machos, permiten que su mecanismo de elección interno favorezca los espermatozoides genéticamente diferentes (a ellas)”, lo que haría la descendencia más fuerte ante las enfermedades, comentó.
“Este caso se podría dar en otros animales, incluyendo humanos. Sin embargo, comprobar esto en la práctica entre mamíferos sería muy difícil, y obviamente imposible en humanos, por razones éticas”.
                         La investigación, en la que participaron científicos de las universidades de Oxford, Estocolmo y Linköping (al sur de Suecia), compararon lo que sucedía genéticamente con las nuevas crías de los pollos, comparando su forma natural de reproducirse con la inseminación artificial.
Para ellos, además de haber señales que capta la hembra, como el olor del macho, para escoger sexualmente, existe un mecanismo interno que hace naturalmente otra selección –esta vez, post cópula y que se conoce desde la década de los 80 como “Elección Femenina Críptica“- en medio de la competencia espermática que habría, en el caso de aparearse con varios

                               Si bien la promiscuidad parece ser beneficiosa en pollos -y aún no se aclara si lo sería también para humanos-, cabe mencionar otro estudio dado a conocer en junio de este año, en el Journal of Social and Personal Relationships, y que aclara de antemano que al menos socialmente, las mujeres por más permisivas sexualmente que sean, no quieren amigas de la misma moral al lado suyo.
                                   Basándose en investigaciones que ya señalaban que hombres no ven con muy buenos ojos a sus parejas ocasionales, cuando éstas son promiscuas, se consultó a 751 adultos jóvenes para saber su opinión acerca del sexo recreativo y de casos hipotéticos entre hombres y mujeres.
                                       Fue así como el estudio, realizado por la Universidad Cornell, concluyó que fueron las mujeres las que veían más negativamente a otras de su género, en cuanto a conductas promiscuas, por mucho que en su historia personal la permisividad sexual fuera aceptada y admitida.
                                   “Estudio tras estudio ha descubierto que las mujeres permisivas sexualmente son discriminadas por posibles parejas sentimentales, y ahora, también por potenciales amigas del mismo sexo”, dijo a Science Omega, una de las autoras de la investigación, Zhana Vrangalova.
    Ovejas Negras repudia dichos de Fernández Huidobro
                              El pasado viernes, la revista Caras y Caretas publicó una entrevista al ministro de Defensa Nacional en donde aseguró que la izquierda "está discutiendo la nueva agenda de derechos, que los homosexuales se puedan casar y cosas así. ¡Dejate de joder, hermano!". El colectivo que milita por derechos LGTB manifestó su rechazo.Ovejas Negras repudia dichos de Fernández Huidobro
                                 Siguiendo con la respuesta, Huidobro dijo que “esa agenda la hacen Estados Unidos y la socialdemocracia europea, que inventaron ese radicalismo con las mujeres, los homosexuales, esto y aquello para no hablar de lo que importa realmente”.
                                 Respecto a esto, el Colectivo Ovejas Negras “declara su profundo repudio ante las declaraciones del ministro de Defensa
Agregan que “el ministro plantea una falsa oposición entre estos derechos y la lucha de clases, pero el combate a la pobreza –por más justo que sea- no ataca las raíces de la discriminación. La homofobia, lesbofobia y transfobia, al igual que la violencia de género, reafirman las barreras socioeconómicas.  
                                        Lamentamos profundamente estas afirmaciones arcaicas, llenas de desprecio por el trabajo colectivo de los movimientos sociales, que emergen sin dudas de una forma de ver el mundo machista y homofóbica”.
El comunicado finaliza diciendo “nos parece preocupante que esta sea la persona que conduce un ministerio de tal relevancia. Sepa el Sr. ministro, y aquellas personas que con él concuerden, que los integrantes de esta organización de la sociedad civil no se detendrán en su esfuerzo continuo por la construcción de una sociedad más justa, inclusiva y diversa y que, a la hora de ejercer nuestro derecho al voto, no olvidaremos sus palabras”.

Nos acompañaron con la música :



viernes, 20 de septiembre de 2013

Los Periféricos Miércoles 18 de Septiembre 2013

                                        HABLO PORQUE TENGO BOCA
                                          Una de las cosas a las que nos hemos acostumbrado desde que la información circula velozmente y sin filtros es a escuchar a cualquiera mandando fruta. Así, una pamplina dicha por una vedetonga, el exabrupto de un legislador en una sesión de la Cámara, una palabrota soltada por un jerarca cerca de un micrófono pueden transformarse, en cuestión de minutos, en el tema que ocupará a los medios de comunicación durante un par de días. Después la cosa pasa y se vuelve a hablar de los temas de siempre: la inseguridad, los paros de la enseñanza, lo loco que está el tiempo. Pocas veces hacemos el ejercicio de ir más allá de los aspectos pintorescos o anecdóticos de esas intervenciones para tratar de desnudar lo que hay de ideológico en ellas.
                                          En las últimas semanas dos actores principales de nuestro universo mediático dieron pasto a las fieras haciendo uso de su sagrado derecho a hablar porque tienen boca y porque siempre algún entusiasta con micrófono les anda revoloteando cerca. Hace apenas unos días, y desde los micrófonos de Radio Rural, se pudo escuchar a la princesa gaucha, la inefable Laetitia D’Arenberg, advirtiendo a quien quisiera escucharla que los ricos pueden cansarse de tener que soportar el peso de los impuestos y que si los presionan mucho “se van a ir a la mierda”. Chocolate por la noticia. Basta ver la rapidez con la que Gerard Depardieu armó las valijas y se mandó a mudar de Francia para no tener que cumplir con el fisco. Los ricos (Laetitia habla así, con esa franqueza encantadora y brutal; ella dice “los ricos” y “los pobres”) no quieren pagar impuestos, no quieren gastar mucho en salarios, no quieren tener obligaciones con la seguridad social y no quieren que los anden perturbando con controles, inspecciones ni restricciones de ningún tipo. Ellos no quieren molestar a nadie, pero tampoco quieren ser molestados. Al fin y al cabo, lo único que pretenden es invertir su platita del modo más rendidor. Humanamente los entiendo, diría Mujica.
                                       Lo insólito, sin embargo, es que haya tanta coincidencia entre las opiniones de nuestra aristócrata preferida y las de nuestro presidente. Ambos son, diríamos, gauchos por elección. Les gusta la materialidad rotunda de la tarea del campo, la contundencia de los litros de leche, las toneladas de carne, los cientos de miles de lechugas. Son del tipo “pensar menos y hacer más” y muestran un desprecio constante y sostenido por quienes ponen palos en las ruedas. Parecen genuinamente convencidos de que la riqueza es el triunfo de la voluntad y de que basta remangarse y encarar para que se le multipliquen a uno en los bolsillos los panes y los peces.
           En lo que se ofreció como una segunda parte de los famosos “Coloquios” publicados antes de las elecciones, Mujica conversó con el periodista Alfredo García (Voces) mientras compartían un ron en la cocina de la chacra. Pepe atendió a todo el mundo (los dos párrafos en los que aludió a Astori motivaron una dolida y extensa respuesta de Esteban Valenti, asesor de campaña del vicepresidente) y dejó caer unas cuantas de esas verdades que son el basamento profundo de su forma de pensar: la celebración del hombre que se hace a sí mismo por fuera de los circuitos educativos formales, la incapacidad de gestión de los trabajadores, la necesidad de tener una enseñanza a la medida de las necesidades de mano de obra de los empresarios.                                      Pepe entiende, como Laetitia, que los ricos invierten porque quieren ganar, y que está bien que así sea, porque no son bobos. Y que si les complicamos mucho la cosa se van a ir, porque lo lógico es que quieran estar en donde puedan ganar más. “Y a Harvard hay que manejarla, eso lo aprendí de los empresarios”, dice, y cuenta la historia de un señor poderoso (“manejaba un imperio”) que subía en su camioneta a varios ingenieros para que le dieran charla mientras él manejaba, así aprovechaba el viaje. ¿Para qué perder el tiempo estudiando durante años, leyendo, pensando, si uno puede tener a su disposición a los profesionales que necesita y ponerlos a disertar en los tiempos muertos? El rico no es rico porque sí: es rico porque es vivo y sabe aprovechar su tiempo y el de los demás. Tal vez por eso los trabajadores nunca van a llegar a nada: porque cargan la desventaja de una “subordinación histórica” que les impide ser dirigentes de empresa innovadores y decididos. Son útiles, sí, pero no pueden conducirnos al desarrollo.
                                 

    Entre Pepe y Laetitia hay muchas más semejanzas que diferencias. Ambos sostienen que los ricos tienen que ayudar a los pobres, pero no a costa de dejar de ser ricos, porque el impulso de ganar y ganar (en una época se le daba a ese impulso el nombre de codicia) es lo que asegura el desarrollo. Ambos saben que a los ricos no hay que asustarlos porque se van a la mierda, y también saben que la mejor manera de contar con ellos es permitirles jugar el juego de la caridad, que ahora se llama “responsabilidad social empresarial”. Si no fuera porque la honestidad ideológica de este pensamiento conservador y reaccionario es indiscutible, hasta se podría hablar de cinismo.
                ** Soledad Platero. Publicado en Caras y Caretas el viernes 13 de setiembre 2013

         LA DELINCUENCIA EN EL URUGUAY

       La izquierda uruguaya parte de un axioma parcialmente cierto: las causas de la delincuencia son sociales y es la pobreza la que genera el delito.
                                   De allí saca una conclusión falsa: si disminuye la pobreza, disminuirá la delincuencia. Ese es el error por el que la izquierda ve que la realidad se le escapa de las manos, por el que la inseguridad pública la desborda.
                                    La relación pobreza (material) - delincuencia no es directa. En el medio está el factor "marginalidad cultural". Por no tomar eso en cuenta, la izquierda está enunciando un discurso vacío, que no da cuenta de la realidad, que no convence y que a breve plazo traerá consecuencias muy penosas.
                                 La pobreza es falta de recursos materiales y es relativamente fácil solucionarla.
La marginalidad cultural es mucho más compleja. Significa una ruptura con los valores y códigos que rigen la convivencia social, una desidentificación con las pautas de vida que posibilitan esa convivencia. En origen es fruto de la pobreza, pero, una vez establecida, ya no se soluciona con dinero ni con beneficios materiales. Al contrario, el dinero y los beneficios materiales gratuitos pueden consolidarla.
                                 Al que ha perdido los hábitos de trabajo y los códigos de solidaridad con la familia y los vecinos, al que asume que es suyo todo aquello de lo que puede apoderarse y que el que da es un 'gil' y el que recibe un 'vivo', de nada sirve darle dinero ni ofrecerle trabajo, construirle casa o regalarle comida. Aprovechará esos beneficios (salvo el trabajo) con la misma naturalidad con que antes aceptaba no tenerlos, pero en su cabeza seguirá estando al margen. Seguirá creyendo que recibe porque es vivo, o porque tiene derecho, y que nada le debe a la sociedad que le da ni a nadie".
                                     Está claro que la marginalidad cultural es un fenómeno multicausal que excede en mucho la aplicación de políticas asistencialistas. Pero no es menos cierto que éstas, combinadas con un sistema de educación pública en estruendosa decadencia, están consolidando nuevos parámetros socioculturales que convierten a nuestro país de clase media en un triste recuerdo.
                                  Ya existía en el Uruguay una cierta desconfianza al emprendimiento personal, a esa vocación de arriesgarlo todo en pos de una idea de crecimiento individual, propia de la mentalidad anglosajona. El país de clase media era el del empleíto público, pobre pero seguro, el del menosprecio al inmigrante gallego que había amasado una fortuna dejando la vida detrás de un mostrador, el del "no te metás", el de "mirá el auto que se compró, a quién le habrá afanado", etcétera.
                                  Muchas letras de tango dan cuenta de esa filosofía retardataria: "No vayas al puerto, te pueden tentar / Hay mucho laburo, te rompés el lomo / y no es de hombre pierna ir a trabajar".
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                     Sólo recuerdo una época del Uruguay reciente en que esa forma de ver la vida dio algún paso atrás: la sitúo en el período de auge económico de los años 90, más exactamente entre 1991 y 1998, años en que se liberó la economía todo lo que fue posible, y quedó para la historia la ingeniosa frase del presidente Lacalle sobre los empleados públicos: "Ellos hacen como que trabajan y yo hago como que les pago".
                                      La crisis que se inició en el 99 y desangró al país hasta el 2002, echó por tierra aquella autoconfianza. La pobreza creció sustancialmente y cobrar un sueldo del estado volvió a ser un ideal de vida, lo que quedó demostrado por las decenas de miles de personas que se presentaron a cada concurso por puestos en la Intendencia montevideana y los entes.
                                           Muchos discrepan con la hipótesis porque entienden que la vulnerabilidad social era de tal magnitud, que no había otro remedio que apelar a prácticas asistencialistas. No opino lo mismo. 
El inmenso presupuesto destinado por el entonces ministro Astori al primer plan de emergencia -si mal no recuerdo era de 300 millones de dólares - perfectamente se podría haber invertido en obra pública, para dar a los pobres fuentes de trabajo genuinas, en lugar de una limosna graciosa. Limosna que formateó la personalidad de muchos, empujándolos a ampliarla cuidando coches, limpiando vidrios en los semáforos, peseteando gente por la calle, rapiñando...
                                       que es políticamente muy incorrecto comparar a los limpiavidrios callejeros con los rapiñeros, pero hay que entender que el sustrato conceptual de ambas actividades es el mismo.
Son personas sin proyecto de vida, sin fundamentos éticos de convivencia, que están acostumbrados a que la sociedad los mantenga. Los beneficiarios perfectos de la lógica asistencialista. 
                                  Hay una lectura clasista detrás de este engendro, muy propia de sectores minoritarios de la izquierda que crecen en influencia política, aunque no en votos: que el estado le saque recursos a los que trabajan, para dárselos a los que no lo hacen. Los aportantes ofrecerían esos recursos encantados de la vida, si vieran que a quienes los reciben se los encauza en caminos de 
educación y trabajo. Pero en cambio, doblegados por el IRPF y el IVA del 22 por ciento, comprueban que esos dineros sólo sirven para fortalecer aun más una marginalidad cultural como nunca padeció el país en toda su historia.
                              Un siglo atrás, Florencio Sánchez nos mostraba la ilusión de los inmigrantes pobres de que su segunda generación ascendiera socialmente. El ideal de "M'hijo el dotor", cien años después, se convirtió en el de "M'hijo el inorante".
                            Los chicos que limpian parabrisas en las esquinas lo dicen bien claro: es mucho más divertido que ir al liceo. Toman aire, no tienen horario, están con amigos, hasta ganan buena plata. 
Para colmo, ven por televisión como la persona que ocupa por voto popular la presidencia de la República se autodefine como "un viejo ignorante". ¿Quién detiene toda esta locura? 
Dr. Hoenir Sarthou

¿DE QUIÉN SE RÍEN?



   Algo siempre me llamó la atención del humor uruguayo. Más bien, del considerado “humor inteligente”, aquello que se distancia de la grasada espantosa de ex-carnavaleros pasados de peso, pelados pelirrojos a los que pasados los 50 años les sigue pareciendo graciosa la caca (no los culpo) o políticos fracasados que se reconvierten en payasos con moraleja. Hablo del humor de la clase media, de los universitarios montevideanos.
                                     Si bien no están solos en esta categoría, me voy a referir a Darwin Desbocatti y al Cuarteto de Nos. Uno, comentarista radial de noticias y columnista de Búsqueda, y los otros, una banda de pop que pasó de ser rara a decir que es rara, son productos bien distintos, pero dos cosas los unen. La primera y obvia, es que son de buena calidad. Yo los disfruto y es evidente que en su trabajo hay ingenio y oficio. La segunda, es su recurrente uso (en el caso del el Cuarteto, por lo menos hasta el disco “Raro” humor negro, la parodia, la provocación y la burla, nunca exentas de crueldad.
                                        Lo que me causa problemas no es esa crueldad en sí, sino su significado. Todos podemos estar de acuerdo en que “No somos latinos” es una burla a la cultura popular izquierdista, a la ritualización y cristalización de las consignas de los ’60, a las apropiaciones hipócritas y hasta ridículas de la naturaleza indígena de América Latina y a la creación en Miami de una cultura latinoamericana tan homogénea como artificial. Ahora, la canción no se agota allí. Dice, por ejemplo, “tengo más en común con un rumano que con un cholo boliviano” y “yo me crié en la Suiza del sur”. ¿Esto también es una parodia, ahora de las ínfulas europeas del Uruguay? ¿O es una reafirmación, una participación en esas ínfulas? ¿Se crió Roberto Musso (en los ’60) en la Suiza del Sur?
Para mi generación de rockeritos que se sentían especiales por ir al Pilsen Rock y fumar porro, esta canción era un grito de guerra contra “los cumbieros”, un himno generacional para los que surfeamos la ola del rock nacional post-crisis. Hoy lo vuelvo a escuchar y siento algo de vergüenza, primero que nada de mi mismo, por participar del odio a “los cumbieros”, que en realidad eran los planchas, que en realidad eran los pobres, que por ser pensados como “latinos”, el odio a ellos se configuraba como un clasismo racista que anticipó a la verdadera explosión de odio racial y de clase que acompañó al creciemiento de “la inseguridad”. Pero en segundo lugar sentí algo de vergüenza por la canción en sí, que todavía no termino de estar seguro de si es una parodia al delirio primermundista de los ’90 o parte de el. Quizás es las dos cosas, y seguramente no importe.



                                             Algo parecido ocurre con Darwin Desbocatti. Sobre él siempre me pregunto si parodia a un viejo de mierda que cree que su mala leche (de, por ejemplo, pasar media hora burlándose de alguien por gordo o del lenguaje inclusivo, o quejándose de los sindicatos) es “políticamente incorrecta”, o si efectivamente es uno.
                                          Cabe preguntarse si Darwin es, queriéndolo o no, más que una burla al sentido común reaccionario y pelotudo, su mejor representante: la voz que puede decirlo en público sin recibir las críticas que recibiría si lo dijera “en serio”, escuchando cada quien lo que quiere escuchar. Los progres podemos reirnos con el bufón que representa el sentido común, mientras los demás pueden sentirse representados por alguien que “canta la justa”.
                                          Alguna vez leí, en una entrevista que se le realizara, al propio Tanco consternado por cómo se lo tomaba en serio. Él mismo se esforzaba en aclarar que todo era un chiste. El problema es que efectivamente se lo toma en serio, en parte gracias a sus momentos de genuina brillantez (satírica y analítica) y en parte porque después de años escuchando esa voz deformada nos acostumbramos a ella y nos olvidamos que es un personaje. Si Jon Stewart es nombrado por las encuestas estadounidenses como el informativista más confiable, no es ninguna sorpresa que Darwin Desbocatti sea el analista político más tomado en serio, sobre todo dada la cantidad de fruta que tiramos los analistas serios en los medios de comunicación.

           No hay por qué responder estas preguntas, pero si el humor tiene supuestamente el fin noble de ridiculizar a los poderosos realmente cuesta pensar que los indios bolivianos o una gorda sean el mejor blanco para la parodia. Da para preguntarse, a veces, cual es la diferencia del “humor inteligente” con cualquier bully que agarra de punto a alguien en los pasillos de un liceo, o con un empresario que se queja de los impuestos y de que los maestros no trabajan.
                                      También es cierto que después de ocho años de gobiernos de izquierda, y a quizás cincuenta años de la imposición de una (ahora moribunda) hegemonía cultural de izquierda, se hace difícil designar a “los poderosos”, especialmente dadas las cada vez más frecuentes campañas de concientización y de acción estatales que transforman la moralina progre en razón de Estado.
                                     Al mismo tiempo, los que uno se imagina como los verdaderos poderosos -las empresas trasnacionales, por ejemplo- se presentan como intervenciones abstractas sin cara y sin historia, tan difíciles de parodiar como de hacer aparecer como sujetos políticos con los que antagonizar.


                                     No busco en absoluto sugerir una censura “políticamente correcta”, pero sí pensar en qué hacen estos artistas (más allá de lo que quieran o busquen hacer) y qué efectos tienen en las maneras cómo se piensa y se representa lo social. Es que la libertad de expresión no exime de pensar antes de hablar, especialmente porque la (necesaria) barrera que impide que el humor pueda ser criticado como si fuera un discurso serio no impide que cause efectos jodidos, por ejemplo, de naturalización de desigualdades o de cristalización del sentido común del que supuestamente se burla.
                                                                                  ** Gabriel Delacoste Griñón

Nos acompañaron con la música :



jueves, 12 de septiembre de 2013

Los Periféricos Miércoles 11 de Septiembre 2013

                                     Nadie pagó por esta vida
                            Así me respondió la prima de Jorginho, la actriz y cantante Graciela Gularte, cuando le pregunté si alguien fue preso por la atroz paliza que él recibió hace once años en W. Lounge, que originó su afasia severa primero y su muerte ahora, a los 56 años.
                        Recuerdo repercusiones periodísticas de la indagatoria judicial, cuando el hecho aún revestía interés para los medios. Se habló entonces de la misteriosa renuencia de todos los testigos presenciales a declarar ante la justicia. Se habló de un viaje a España de apuro de uno de los patovicas que literalmente destrozó el cráneo de Jorginho en el baño del local. Se conoció la absurda versión de ese "personal de seguridad", que declaró que las lesiones sufridas por el músico habían sido producto de que "se había caído por la escalera". Se supo, finalmente, que la denuncia presentada por su madre, Marta Gularte, terminó con el archivo del expediente, porque para el fiscal "no existían elementos de convicción suficiente para responsabilizar a nadie".
                        No estoy en condiciones de acusar a nadie, porque no dispongo de pruebas, y en ese sentido solicito a los lectores que no utilicen el foro para hacerlo. Si saben algo, lo mejor que pueden hacer es denunciarlo donde corresponde.
                         Lo que sí me interesa destacar es que este calvario y esta muerte inútiles son casi un símbolo del lugar que ocupa la cultura en la conciencia de los uruguayos. Si esta tragedia le hubiera pasado a un jugador de fútbol o a un político, la presión popular por mandar presos a los culpables hubiera sido tremenda. Pero como le pasó a un músico, que además era negro, y que tenía cierta fama de mujeriego y peleador, el público y los medios terminaron echando sobre el aberrante delito un manto de silencio prescindente y cómplice.
                         Me recuerda a la manera como el estado dejó morir en la indigencia y derrotado por la adicción a las drogas al músico popular más importante del siglo XX, Eduardo Mateo.
 En la cultura light que se ha apoderado de la adormecida conciencia de los uruguayos, pasamos por alto la tragedia sufrida por Jorginho, un músico inteligente y creativo que transformó al candombe, y aplaudimos a algún estúpido empresario de la noche, retratado en sociales abrazando a minitas y con los ojos inyectados por el whisky y la merca.
                          Calmamos nuestra conciencia con el mismo "algo habrá hecho" con el que algunos pretendieron justificar la política de exterminio de la dictadura.
                             Minimizamos la inmensa relevancia de Jorginho Gularte como artista, escudados en pequeñas miserias de su vida íntima, como si una adicción fuera más importante que el legado grandioso de su revalorización estética del candombe. Al respecto recomiendo leer una nota que publicara Daniel Morena en "El País Cultural", quien no duda en comparar el aporte de Jorginho Gularte al candombe con el que hizo Astor Piazzolla al tango:
                             Lo que en el programa "Víctimas y victimarios" de Canal 10 declara la amiga personal del músico, Laura Peyrou, es sintomático del rol que ocupa el artista en la sociedad uruguaya actual. Cuenta que Jorginho le dijo una vez que "la gente se vincula conmigo porque está bueno ser amigo de Jorginho. Pero cuando las papas queman, son pocos los amigos de verdad". Y así es. Como decía el inolvidable "Corto" Buscaglia, cuando murió Mateo llovieron los homenajes y los elogios a su obra.
Yendo más atrás en el tiempo, Jorge Abbondanza recordó una vez que el pintor Alfredo de Simone murió en el Hospital Maciel, en la miseria más absoluta, en el mismo momento en que el país festejaba la euforia de Maracaná. Y más atrás aún, es tremenda la descripción que hace Diego Fischer, en su libro "Qué tupé", de la muerte de José Enrique Rodó en Italia, hacia 1917: se llegó al extremo de devolver a la familia el escaso dinero de que él disponía, previo descuento de los gastos por la repatriación de sus propios restos.
                         Son ejemplos que el propio Jorginho convirtió en bellísima materia poética, en su canción "Flecha": "Ese catre miserable/ con mugre de tantos días/ es sostén del hombre solo/ en una pieza vacía./ Sobre un maltrecho cajón de fruta/ vieja foto entumecida/ recuerdo de la abundancia/ de una barra agradecida.../ Lentamente se dibuja la sonrisa boca nicotina/ se entremezclan los ladrillos despintados sobre tu panza vacía/ con la real imagen de la muerte entre dos vigas podridas..."
                          Mientras un músico y poeta muere sin que se levanten voces para reabrir su infamante expediente judicial, los periodistas corren al aeropuerto a  entrevistar a la nueva estrella mediática, un ladrón y asesino que viene a maravillarnos con su "robo del siglo".
                               Después dicen que la inseguridad se resuelve encarcelando chiquilines. Más bien deberíamos bregar por una justicia que sea pareja para todos, y por una sociedad que vuelva a colocar a la cultura como el valor supremo, muy por encima de las banalidades que nos gusta consumir y nos convierten cada vez en más imbéciles e inmorales.Inicio de la conversación 26 de abril
                                                                          Álvaro Ahunchain

                                               La eterna promesa                                  
                             En la actualidad el discurso de preocupación por los “ni-ni” sitúa a los jóvenes como promesa de un país mejor a la vez que deposita en ellos el origen de los fracasos sociales. El argentino Marcelo Urresti, sociólogo e investigador de las culturas juveniles, analiza cómo se gestó el proceso de criminalización de la juventud a partir de los años 60 y cuán influyentes pueden ser el Estado, la Policía y las instituciones educativas en esta construcción.
 -¿Qué son las culturas juveniles?
-Tienen origen en los años 60 en los países centrales, luego se fueron difundiendo por el resto de las grandes ciudades de las zonas periféricas y una década después por el resto de los países periféricos. Son las expresiones culturales de los jóvenes para los jóvenes. Eso fue novedoso en su tiempo porque antes de los 60 no existían las culturas juveniles en el sentido propio del término.
                                         En primer lugar, se centran en expresiones musicales. Entre los jóvenes la música significa muchas más cosas que música, es el vehículo expresivo que refleja la revolución que se está produciendo en los años 60, una revolución cultural en la que los jóvenes irrumpen en la escena pública y a partir de las culturas juveniles pueden construir sus propias identidades. Por eso culturas juveniles es un sinónimo de identidades juveniles.Antes había jóvenes y personas jóvenes por su edad pero no se reconocían a sí mismos a partir de una identidad juvenil. Esa identidad juvenil se la confieren las culturas juveniles; por eso son tan importantes.
                                   -¿Por qué las identidades juveniles se convirtieron en objeto de estudio de la sociología?
-En los años 60 comienzan a estudiarse muy rápidamente, porque esa irrupción de culturas juveniles supone también cierta crisis de las instituciones educativas, especialmente cuando los adolescentes llegan masivamente. Se trata de las famosas generaciones de posguerra a las que en su momento se les llamó baby boom y que tienen que ver con un aumento muy importante de la tasa de natalidad en los países centrales. La sociología es una ciencia desarrollada en las sociedades centrales y luego empieza a expandirse.
                                    En principio tiene que ver con la llegada de esos adolescentes a las instituciones educativas, que no están preparadas para recibirlos porque son chicos que provienen de clases sociales diferentes de las que solían recibir, y ponen en crisis los vínculos tradicionales entre docentes y estudiantes. Esa inquietud, esa molestia, lleva a que sean estudiados. Con el paso del tiempo, cinco o seis años después, ese mismo conjunto muy masivo que hizo explotar a las instituciones educativas de secundaria llega a la universidad y también hace la explotar, así como al mercado de trabajo y a los canales tradicionales de la política. Todo explota en los años 60, y esta expansión hace que comience a tener interés la sociología.
             Por otro lado, ese consumo cultural masivo, que tiene que ver primero con la música y después con la moda, la indumentaria y tantas otras ramas del consumo que colocan a los jóvenes como principales motores de esas industrias, hace también que la sociología económica y de las industrias culturales presten una atención integral al fenómeno.
                                       Lo interesante es que la criminalización de los jóvenes comienza en los 60, antes los criminales no son jóvenes. Tradicionalmente, en nuestros países son los inmigrantes, después son los anarquistas, después los comunistas, después los grandes falsificadores y ladrones de guante blanco, y luego las hipótesis típicamente políticas como las que tienen que ver con la Guerra Fría, en la cual aparece un enemigo político por la alineación que tiene nuestra región con Estados Unidos.
                                      De golpe, el enemigo es el enemigo disolvente que tiene que ver con el comunismo, y en la medida en que hay militantes juveniles se los identifica con el comunismo. Comunistas, socialistas o de izquierda había de todas las edades, pero el que se convierte en sospechoso es el joven, porque además es el momento en el que irrumpen los jóvenes. Ese joven criminalizado en los 60 es un joven universitario cuyo delito consiste en tener ideas disolventes, o en todo caso es un hippie que tiene ideas sobre el amor libre o sobre cosas que la moral dominante un poquito reprimía, y se lo persigue por eso.
                                    -¿Qué sucede en los 90 con la oleada neoliberal?
                                           -Irrumpe otro tipo de jóvenes. Nuestras sociedades entran en un ajuste violento, se pierden los canales de inclusión laboral para los jóvenes de sectores populares, comienzan las dificultades para reproducirse materialmente en ese tipo de jóvenes. Aparecen visibles primero como inactivos, inactivos totales o ni-ni con un potencial destructor de las relaciones sociales preexistentes que es muy marcado, y pasan de ser víctimas a ser victimarios. No quiere decir que muchos de esos chicos no cometan delitos: la construcción de un verosímil no se puede hacer si no es sobre la base de algún hecho.
                               Los hechos están. Lo que se hace es aumentarlos y maximizarlos de tal manera que queda sólo la visión del acto criminal y no de todas las condiciones sociales en las que a algunos grupos no les quedan otras salidas. No sé exactamente cómo es en Uruguay, pero la del inactivo total es siempre una visión que tiende a convertir en un estado lo que es una situación, es decir, tiende a convertir en una esencia la cuestión momentánea.  
 -¿Cómo han ido construyendo su identidad los llamados jóvenes marginales, que nacieron en plena crisis?
                                        -En el caso de los chicos marginales que estudiamos nosotros, en general viven lejos de todo sistema de protección familiar, son hijos de familias que se desarmaron, chicos jóvenes que viven en comunidad con otros chicos, donde los mayores cuidan a los menores y donde tienen por actividad, además de mendigar, el robo o la rapiña.
                                              Esos chicos se constituyen en varios sistemas de exclusión; la escuela incluye a los buenos alumnos porque los califica positivamente y les devuelve una imagen que les fomenta su autoestima. En el caso de estos chicos son señalados desde muy temprano por la escuela como provenientes de familias disfuncionales. Como no tienen apoyo familiar y cuando tienen problemas educativos no tienen a quién recurrir, deben resolver solos sus problemas si no los ayuda.
                                               Lo más normal es que estos chicos queden solos en la escuela y que vayan siendo etiquetados negativamente. Eso va dejando marcas en los sujetos, y el día que abandonan es porque ya están desalentados de tanto maltrato institucional.
                                             Son el otro, son el diferente, el que no rinde, el inútil, el tonto; a todo el mundo le pasó eso en algún momento de su vida escolar, sólo que cuando uno lo compensa con otras cosas lo supera, pero cuando es lo único que escucha es muy difícil levantarlo. Y cuando a eso se le suma la exclusión laboral, la pobreza o la marginalidad física en las ciudades, vivir en los peores lugares, sin infraestructura, eso va generando múltiples sistemas de exclusión, una acumulación de desventajas.  
                                       Entonces después es muy difícil la reinclusión, hay que hacer un trabajo muy profundo que no se reduce a lo social (aspectos económicos, educativos y de vivienda) sino que debe incluir también lo psicológico, porque muchos de esos chicos no tienen absolutamente ninguna autoestima, son los últimos en confiar en ellos mismos, sienten que están por fuera en todo, y el problema es que abrazan una identidad negativa. Como los vienen señalando: “Vos sos una basura, vos sos un inútil y un negro de mierda”, llega un momento en el que dicen: “¿Querés ver lo que hace un negro de mierda con vos? Te pega un tiro en la cabeza y le importa un carajo”. “¿Mi vida no vale nada? Perfecto, la tuya tampoco”. Asume una identidad negativa, quiere dar miedo.
 -¿Dónde se coloca a la educación formal en este escenario?
                                               -La educación siempre es el lugar al que van a parar las jóvenes generaciones. 
La educación es un ámbito central, por todo lo positivo que produce pero también por todo lo negativo que puede llegar a generar. La fuerte crisis tiene lugar en los 90, y especialmente en 2001, cuando casi todo entró en crisis, pero creo que ese período tan dramático está superado, porque además hay una serie de inversiones en educación que nunca son suficientes pero sí necesarias.                      
                                       Si bien sigue habiendo un gran conflicto sindical por el tema de los salarios, si se compara la situación actual con la de los 90 se comprueba que hay una reconstitución importante del salario docente. En Argentina se destina 6% del Producto Interno Bruto a la educación, que lógicamente hay que redistribuir de otra forma porque no está dando los frutos que se esperaron, pero estamos lejos de la visión de la carencia absoluta.
                                          -¿No se le pide demasiado a la educación?
                                                    -El problema en nuestras sociedades es que la educación está sobrecargada, se le piden demasiadas cosas: que resuelva la difusión de conocimientos en las generaciones menores, que genere la socialización que la familia no genera, que transmita normas y valores que apunten a mejorar la convivencia en el espacio público; una serie de mandatos tradicionales para los que la escuela nunca estuvo preparada ni tiene como función.
                                               Últimamente se le suma que sea capaz de sostener los problemas sociales que no tienen un origen educativo, como los problemas económicos de distribución, vinculados con la pobreza y la marginalidad, en los que se supone que la escuela además tiene que funcionar como una especie de trabajador social colectivo que absorbe a los chicos, les da de comer, les da lo que el sistema económico no les da a sus familias; eso constituye una sobrecarga. Adicionalmente se le pide que sea un lugar de contención para que los chicos no vayan por la vía del delito y del desbarrancamiento que eso supone.
                                   -¿Cuáles son las instituciones sociales clave para la reinserción de los jóvenes excluidos?
                                                  -Lo primero que tiene que haber cuando esos chicos no tienen una contención familiar o están lejos de la familia es una fuerte reconstrucción de lazos afectivos. Si no se reconstruye el lazo afectivo, esos chicos están muy solos. Hemos visto casos de chicos que no entienden de dónde vienen sus padres porque no saben dónde están ni dónde nacieron. 
                                                  Primero hay que reconstruir esos lazos primarios para que después tenga un rol la cuestión de la escuela para los chicos que están en edad y con ganas de concurrir. Y después, ver salidas laborales posibles. Si los lazos primarios están y están bien, hay que reforzar la cuestión educativa, no pensando que la educación es una utopía sino una etapa de formación necesaria en la que si no se cumplen ciertas cuestiones, se acumulan desventajas. 

   Marcelo Urresti 


Nos acompañaron con la música .


jueves, 5 de septiembre de 2013

Los Perifericos miércoles 4 septiembre 2013.-

   Promulgan ley sobre acceso a trabajo para afrodescendientes
                     El Poder Ejecutivo promulgó la ley nº 19.122 que permite a la población afrodescendiente tener más posibilidades de acceso a puestos de trabajo en empresas públicas y privadas.
Esta ley permite establece que dicho sector de la población ha sido víctima de racismo, discriminación y estigmatización a lo largo de la historia, por lo que se propone establecer este nuevo método de integración.
                                     Entre las acciones afirmativas se incluye destinar el 8% de los puestos de trabajo en los poderes del Estado, el Tribunal de Cuentas, la Corte Electoral, el Tribunal de lo Contencioso Administrativo, los gobiernos departamentales, entes autónomos, servicios descentralizados y las personas de derecho público no estatal.
Por su parte, el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (INEFOP) determinará un cupo no menor al 8 % destinado a la población afrodescendiente, en los diversos programas de capacitación y calificación que implemente.
                               Además, los sistemas de becas, apoyo estudiantil, fuentes de financiamiento para cooperación internacional, así como la beca Carlos Quijano, incorporarán cupos dentro de este mismo marco regulatorio.
La ley también incluye la incorporación el los programas de estudio de temáticas referentes al legado de dicha comunidad en nuestro país, así como sus diversas expresiones culturales, como el arte, filosofía, religión, costumbres, tradiciones y valores, así como también sobre su pasado de esclavitud.


                            EL CUENTITO
                                     En un asentamiento de cuyo nombre prefiero no acordarme (para no discriminar) nacieron, no ha mucho, tres niños: Jonathan, Maikol y Dayana. Digamos que nacieron allá por el 2003 o el 2004, en pleno coletazo de la crisis del 2002, casi junto con la llegada del Frente Amplio al gobierno.
                                 Los tres nacieron en viviendas precarias y se criaron, junto a sus respectivos hermanos o medio hermanos, rodeados de perros y de basura. Desde chiquitos se acostumbraron a andar entre las patas de los caballos con que sus respectivos padres recolectan residuos.
                                 Sus vidas son muy parecidas, salvo porque Dayana, obviamente, es nena, y Jonathan tiene la piel oscura y el pelo en forma de mota ("es afrodescendiente",  "es negro" dicen en el barrio). En cambio Maikol y Dayana tienen la piel clara (un poco sucia y cuarteada para la edad, pero clara) y el pelo lacio (rapado para combatir a los piojos, pero lacio). Lo raro es que nadie les dice "europeodescendiente" 
                                         A estos niños  no los amenaza el Lobo Feroz, ni tienen que dejar piedritas o miguitas para reconocer el camino a sus casas, como los niños de otros cuentos.
                                    No, para nada. A Dayana, a Jonathan y a Maikol lo que puede pasarles es que en cualquier momento dejen de ir a la escuela para cuidar a sus hermanos o para ayudar en la casa (estadísticamente es casi seguro que no terminarán el liceo), o que los reclute alguna bandita para vender pasta base, como a algunos de sus hermanos, o que ellos mismos empiecen a consumir pasta base, o que los alcance una bala policial durante algún "operativo de saturación", o que Dayana quede embarazada a los trece o catorce años y se convierta en "mujer jefa de hogar", o que Maikol y Jonathan vayan a parar al INAU y ahí tomen carrera para llegar al COMCAR, o que les peguen un tiro para ajustar alguna cuenta. 

                                    Pero, en fin, no, no los amenaza el Lobo Feroz.  Supongamos que Jonathan, Dayana y Maikol logran salvarse de todos esos peligros. Supongamos que logran terminar la escuela y cursar algún año de liceo o de UTU, y que, tiempo después, los tres deciden presentarse a un concurso para entrar a trabajar, por ejemplo, en la Intendencia, o en algún ministerio.
                                 Tienen la misma edad, los mismos méritos o falta de méritos y la misma necesidad de obtener un trabajo que los saque de la miseria.
                                 Ahora supongamos que, gracias a una ley que impone que un ocho por ciento de los que ingresan a la función pública tienen que ser "afrodescendientes", Jonathan logra el empleo mientras que Dayana y Maikol quedan afuera.
     ¿Qué les decimos a Dayana y a Maikol? ¿Que Jonathan tiene más derecho porque alguno de sus tatarabuelos fue traído como esclavo hace doscientos años? ¿Cómo les explicamos que pasar necesidades por haber tenido tatarabuelos esclavos es mucho peor que pasarlas por ser nieto de un obrero de un frigorífico que cerró, o bisnieto de un peón de campo analfabeto que emigró a la ciudad escapando del hambre? ¿Y qué le estaremos diciendo a Jonathan? ¿Que consiguió el empleo por ser de la raza que es?
                                        ¿Qué les estaremos enseñando a esos niños? ¿Que el trabajo se consigue con capacitación y esfuerzo? ¿O que es mejor invocar alguna desventaja histórica, racial, física o "de género"?
                              ¿Qué noción de igualdad y de justicia adquirirán esos niños, si uno es premiado, sin mérito propio, sólo por el color de su piel, y otros son postergados sin culpa propia, sólo por el color de su piel? ¿Qué culpa tienen los niños del presente de que hubiera tráfico de esclavos hace doscientos años? ¿Por qué tienen que pagar ellos los complejos de culpa de la sociedad adulta?
                                                                 MORALEJA
                                      Lo que una sociedad democrática y justa debe garantizarles a todos los niños, y a los adultos, es la igualdad de posibilidades. El asunto, entonces, no es beneficiar a Jonathan, por ser de raza negra, por sobre Dayana y Maikol. Ni a Dayana, por ser mujer, por sobre Jonathan y Maikol. El asunto es cómo logramos que Dayana, Jonathan y Maikol tengan iguales posibilidades vitales, entre sí, e iguales posibilidades que las María Pía y los Ignacios, nacidos en barrios costeros.
                                   Iguales. Ni menores ni mayores. Para lograrlo habrá que aportarles a todas las Dayana, los Maikol y los Jonathan un apoyo material y cultural del que están privados. Pero, claro, eso requiere cambios estructurales profundos y costosos. En tanto que las "acciones afirmativas" son simbólicas, vistosas y cuestan muy poco
                                    La "discriminación positiva" (que es el nombre original de las "acciones afirmativas") no tienen nada de positivo ni de afirmativo. Son una forma de maquillar la injusticia social, creando nuevas desigualdades tan injustas como las que se pretende combatir.
                                       Las acciones afirmativas están respaldadas por la ONU". 
    Así como no todos creemos en Dios, no todos creemos en la ONU. ¿De qué ONU hablamos? ¿De la que autorizó el bombardeo y la invasión de Libia? ¿De la que ha sido complaciente con todos los desmanes protagonizados en el mundo por los EEUU y Europa? ¿De la que tiene un Consejo de Seguridad en el que tienen poder de veto cinco potencias: EEUU, Inglaterra, Francia, Rusia y China? ¿De qué democracia y de qué justicia puede darnos clase la ONU?            
                           ¡Con razón promueve la "discriminación positiva"! Si es un organismo dominado por los dueños del mundo, ¡claro que le sirven los maquillajes simbólicos!
                              Por último, preocupa que ninguno de los críticos advierta que los cargos públicos no existen para expiar culpas ni para calmar conciencias. Cumplen o deben cumplir una función para toda la sociedad y no tienen por fin el beneficio de los funcionarios. Por eso no deben ser usados como dádiva ni como moneda de cambio para reparar a los pobres. Para eso están la seguridad social y el MIDES
                                  Somos el país de Varela. El país en que, tal vez, los sistemas universales, especialmente en educación, alcanzaron uno de los niveles de inclusión más importantes del mundo. Y lo hicimos con un sistema que trataba a todos por igual.                                       En la escuela pública se sentaban juntos el hijo del rico con el del pobre, el culto con el ignorante. Y, de alguna maravillosa manera, el resultado era bueno e igualador para todos. Al menos hasta que la crisis y las pretensiones de la clase alta y media quebraron el modelo escolar.
                                         Quizá deberíamos mirar más a nuestro propio patrimonio cultural que a los maquillajes "afirmativos" que venden la ONU y los dueños del mundo.  

                                                                                                                               Hoenir Sarthou 
      
                                                Mientras el Parlamento discute el proyecto de ley sobre medios de comunicación audiovisual presentado en mayo por el gobierno, parece que Uruguay carece por completo de normas que regulen el sector. En realidad, hay unas cuantas. Pero gran parte de las emisoras privadas se las arreglan desde hace décadas para pasearse todos los días y a toda hora, en mayor o menor medida, entre la llegada al borde y la franca transgresión de esas reglas.
                                                Algunos ejemplos. El grueso de la oferta matutina televisiva en Montevideo se compone de programas de infotainment con metralletas de “chivos”. Por la tarde, enlatados argentinos y producciones nacionales que medran en las farándulas de ambas orillas del Plata reducen los valores humanos a “códigos” que premian con presencia en pantalla lo malo, tonto y vistoso, de modo que el monstruo se alimente de sus propios vómitos.

                                             Los informativos suelen identificar a menores infractores o sometidos a agresión sexual; enseñar a delinquir a los espectadores dispuestos a aprender; alimentar el dolor de las víctimas de delitos al reiterar escenas de sufrimiento y violencia, y faltarles el respeto a colectivos raciales, religiosos y de género.
                                           Todo eso en el horario de protección al menor, mientras a algunas de las mejores producciones nacionales se las entierra en horarios impotables.
                                                   Acá se violan leyes, decretos y reglamentos. La Ley de Seguridad del Estado que prologó en 1972 el golpe de Estado impuso multas y penas de prisión al responsable del medio de comunicación que identifique a víctimas y victimarios de delitos sexuales. El Decreto 734 de 1978 limita en Montevideo la publicidad a 15 minutos por hora en televisión y 18 en radio, con excepciones muy acotadas. El Código de la Niñez y la Adolescencia prohíbe identificar menores en conflicto con la ley penal.
                                                 Si no hubiera normas e imperara una absoluta libertad, cualquiera que cuente con el capital podría adquirir un transmisor con más de 50 kilowatts de potencia en la frecuencia de 850 kiloherzios AM, instalar la antena en la azotea de la casa y matar a Radio Carve. Pero la ley lo impide, en beneficio de quienes proclaman la mejor ley de medios como la que no existe.
                                                   Igual, muchos medios actúan como si tampoco rigiera la legislación penal y civil. Los canales 10 y 12 de Montevideo y varias radios arriendan espacios de madrugada, entre otros, a una tarotista, a un servicio de cortejo telefónico y a iglesias que, en medio de sermones machistas y homofóbicos, prometen salud, dinero y amor a cambio de dispensas en metálico. Estas acciones configuran o se acercan a delitos como estafa, incapacidad compulsiva e incitación al odio. Para colmo, la enorme mayoría de las ondas fueron adquiridas en pasamanos aceitados con lagunas legales, vínculos políticos y amiguismos, pues el Decreto 734 establece que esas licencias son personales y prohíbe hasta negociar cambios en su titularidad. Pero radios y canales de Uruguay se compran y venden como si fueran kioscos y no empresas de servicio social autorizadas por el Estado a usufructuar el espacio radioeléctrico público.
           Al rechazar el proyecto, la Asociación de Broadcasters del Uruguay incurrió en contradicciones absurdas. Por un lado, evaluó ante los legisladores que “no existe necesidad de promover cambios sustanciales” en ese mismo régimen al que unos cuantos de sus socios violan. Por el otro, se olvidó de que había acordado el grueso de la iniciativa el año pasado en una comisión técnica asesora que integró con otras instituciones públicas y privadas.
                                                  La oposición no resistió la tentación de parangonar el proyecto con la ley que rige desde hace un año el sector audiovisual argentino. Pero, en realidad, el modelo es mucho más antiguo y consiste, a grandes rasgos, en impedir la concentración de la propiedad de los medios y garantizar la libertad de expresión, la pluralidad y la diversidad; someter las licencias a escrutinio periódico con participación ciudadana, “fortalecer la infraestructura nacional de telecomunicaciones”, defender la equidad en las campañas electorales y los derechos humanos, en especial los infantiles (aunque sea de 6.00 a 22.00); y alentar la producción nacional y local.
                                                   Si en lugar de integrarse con miembros propuestos sólo por el Poder Ejecutivo el Consejo de Comunicación Audiovisual del proyecto uruguayo funcionara en la órbita parlamentaria, como la Institución Nacional de Derechos Humanos y el Comisionado para las cárceles, la iniciativa avanzaría un paso más hacia el modelo estadounidense gestionado desde 1934 por la Comisión Federal de Comunicaciones.
                                                   Al régimen de telecomunicaciones de Estados Unidos, bastante más estricto que el propuesto para Uruguay, se lo ha acusado de favorecer las posturas más conservadoras y los intereses de la industria, sobre todo desde que el gobierno de George W Bush (2001-2009) alentó la concentración de los medios y persiguió con ahínco los pezones que se asomaban por debajo de los corpiños. Y aun así es muchísimo mejor que el actual estado de la radio y la televisión uruguayas.

                                                                                                                                                                                                                                                           Marcelo Jelen

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