lunes, 19 de enero de 2009

Umberto Eco A paso de cangrejo




Umberto Eco

En Eco, el sentido común lo ha educado una cultura humanística en cuyo fondo se encuentra la tradición intelectual de Occidente, unos valores cristianos no siempre coincidentes con los de la jerarquía eclesiástica, y una mirada vacunada contra la estupidez tecnológica. Sirviéndose de esto y utilizando con precisión los estiletes de su conocimiento semiótico, le salen unos artículos espléndidos, de gran claridad y potencia intelectual. Buscando antes que nada la pedagogía, su primer paso suele marcarlo la clarificación semántica. Y es que, ¿para qué vamos a enredarnos en debatir posicionamientos sobre Iraq si la mayor parte de la población –y del Pentágono– desconoce en qué se diferencia un integrista de un fundamentalista


A paso de cangrejo

A paso de cangrejo es el más reciente título de Umberto Eco, una compilación de notas periodísticas publicadas en Italia entre los años 2000 y 2006, más algunas conferencias.
Los temas principales de estos “artículos, reflexiones y decepciones” son tres: política internacional, Berlusconi, la sociedad multiétnica y mediática; a éstos se suman notas culturales diversas.
El título alude a un autor ficticio, Crabe Backwards, aparecido ya en otro libro anterior, La bustina di Minerva (2000), quien calificaba a la reinante “tecnología ligera” de retroceso. En sintonía con él, Eco traslada la metáfora a la política y la sociedad mediática, con todos sus engendros, el populismo en primer lugar. En un sinnúmero de fenómenos reconoce el paso crustáceo de la sociedad –signo inefable del desandar.
Según esto, “se vio claramente que avanzábamos hacia atrás después de la caída del muro de Berlín”; “después de los cincuenta años de guerra fría, los casos de Afganistán y de Irak nos retrotraen triunfalmente a la guerra real o guerra caliente […] y nos ofrecen un nuevo episodio de las Cruzadas con el choque entre el islam y la cristiandad”; además de que “han reaparecido los fundamentalismos cristianos, que parecían propios de la crónica del siglo XIX”, “ha surgido de nuevo el fantasma del peligro amarillo” .
Por otro lado, Eco desanuda con tino la maraña conceptual, próxima a la ambigüedad, que pulula en toda aproximación a las desviaciones musulmanas de hoy: integrismo, fundamentalismo, terrorismo, racismo… “El fundamentalismo está vinculado a la interpretación de un libro sagrado”; “se entiende, en cambio, por integrismo una postura religiosa y política por la que los principios religiosos personales tienen que convertirse al mismo tiempo en modelo de vida política y fuente de las leyes del Estado” El integrismo islámico, en su mayor parte, no puede ser considerado racista porque se basa en una pertenencia religiosa, no en una raza.
Quedan establecidas pues algunas distinciones útiles para volver a la discusión, que teje a lo largo de diferentes artículos.
Entre la miscelánea cultural destacan tres ensayos. “A hombros de gigantes”, acaso la mejor pieza del volumen, es un comentario inteligente al refrán Enanos sentados sobre los hombros de gigantes. Eco distingue diferentes momentos históricos y sus respectivas tribulaciones en la historia de la innovación, del respeto a la tradición, y estudia el equilibrio sano entre ambos.
En “Cómo hacer un contrato con los romanos”, Eco recupera un libelo que Quinto Tulio Cicerón escribiera para uso y beneficio de su hermano Marco Tulio, cuando éste presentaba su candidatura al consulado. El redescubrimiento de estas estratagemas retóricas es espeluznante en tanto ciertas afinidades y semejanzas han llegado incólumes a nuestro milenio y nuestras geografías.
En el ensayo “Del juego al carnaval”, Eco diferencia el concepto de lo lúdico (recuérdese a Daniel Bell, a Gilles Lipovetsky) de lo carnavalesco. Y acusa al hombre contemporáneo de haber convertido el mundo del trabajo en un carnaval, desde el deportista profesional que finge un foul, hasta el empleadillo que hurta minutos a su trabajo para navegar por internet.

“Como somos criaturas lúdicas por definición, y hemos perdido el sentido de las dimensiones del juego, vivimos en la carnavalización permanente”

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